martes, 31 de octubre de 2017

PANTEÓN MUNICIPAL, AYER, HOY Y HASTA LA ETERNIDAD



Con motivo del Día de Muertos, se me ocurrió visitar el panteón municipal, recorrer el interesante lugar y pergeñar unas líneas con datos interesantes para el lector. Ojalá se cumpla ese objetivo.


Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
Y aprenderá mil cantares
y olvidará con razón
la soledad, los pesares
y tristezas del panteón.

Si este año no quieres ir
te esperaré el año entrante
que cuando vuelva a venir
tú que estés pata tirante.

                                                                                           -- Venegas Arroyo



Remodeladas recientemente sus bardas y su entrada principal donde en el cancel se conserva la leyenda que reza: “Ayuntamiento 1895”, el panteón municipal recibe al visitante que llega por su propio pie o al que viene con “los tenis por delante”.

Hoy el panteón sufre tal sobrepoblación que al decir de su ex administrador, recientemente jubilado con casi tres décadas de servicio, Sr. Raúl Medina Benítez, en muy poco tiempo no cabrá ni un “difuntito más”. Considera él que haciendo un censo y regularizando las propiedades se ganarán nuevos espacios.
El cementerio, como todos los años en estos días, se muestra muy limpio, libre de hierbas y estorbos que bloqueaban sus ya de por sí desorganizadas y anárquicas callejuelas. Sin embargo, se queja el amigo Raúl Medina, los parientes de los difuntos llegan con flores y coronas nuevas, limpian las tumbas y dejan regadas por doquier las marchitas ofrendas depositadas anteriormente y dice: “estamos preparados para morir pero no para tirar la basura en el  tambo…”
La vida no es más que nostalgia de la muerte…
                                                                             -- Xavier Villaurrutia

Visitamos primero la capilla que se encuentra en el centro de la necrópolis. En el interior de la misma se conserva el monumento funerario que guarda los restos mortales del Primer Obispo de Tepic, Excelentísimo Señor Don Ignacio Díaz y Macedo; su historia es singular.
Ignacio Díaz y Macedo
En junio de 1905, el obispo se hallaba de visita pastoral en Acaponeta, cuando lo sorprendió la parca. En cuanto se supo en Tepic la noticia devastadora de su deceso, el Jefe Político del Territorio –recuérdese que Nayarit aún no era una entidad federativa—Mariano Ruiz, dio instrucciones para trasladar con celeridad el cadáver a la ciudad capital, pero el cura párroco de Acaponeta, Sr. Don Buenaventura O´Connor y el presbítero Felipe López, alegaron que la última voluntad del Obispo era quedar sepultado en el lugar de su muerte, por lo que respetando su decir, se dieron a la tarea de encontrar el lugar adecuado en el panteón.

En aquel entonces, recién nacido el siglo, del centro del camposanto nacían cuatro calles que lo dividían en otros tantos sectores, cada uno de estos tenía su propia categoría: primera, segunda, tercera y cuarta clase, es decir, se enterraba a los fallecidos de acuerdo a su posición social: parafraseando al siempre bien recordado dramaturgo Antonio González Caballero, ahí descansaban el terciopelo, el medio pelo, la pelusa y los pelones.
A la muerte de Díaz y Macedo, la línea de sepulcros crecía de forma ordenada conforme llegaban los difuntos, y en aquel momento, el lugar que seguía y eventualmente le iba a tocar al alto dignatario de la fe, quedaba en el punto opuesto a la entrada del lugar, por lo que se consideró inadecuado inhumar en un sitio tan poco visible a tan alto prelado. O´Connor sugirió pedir permiso a la autoridad para iniciar una nueva fila –seguimos en primera clase—y de esta manera el sepulcro quedaría a la entrada del sacrosanto lugar. Sin embargo por consejo del Lic. Leonardo Rodríguez, se decidió inhumar al sumo sacerdote en el centro del panteón, precisamente de donde partían las cuatro calles y, desde  ahí, punto preferencial sería visto a los cuatro vientos.

Al final, a pesar de que se hizo lo anterior, el cuerpo quedó en terrenos de segunda clase, con vecinos de “medio pelo”; sin duda “extraños son los designios del Señor”, o bien como dice el actual administrador: “ahí abajo todos están iguales”.
La vida es una muerte sin fin…
                                                       -- José Gorostiza

Dice Octavio Paz en “El Laberinto de la Soledad”: “…para el habitante de Nueva York, Paris o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios. El mexicano en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor es permanente…” Y en el panteón de Acaponeta también hay quien le resta importancia a la pelona y huesuda señora: existen todo tipo de sepulcros y monumentos que llenan el espacio, por arriba y por abajo también. Los hay grandes y pomposos que roban cámara, “la última vanidad” diría Amado Nervo. Otros humildes y olvidados, meras cruces sin nombre o lápidas deterioradas. Otras curiosas como el piano donde descansa la Maestra Yolanda Alduenda; o el beisbolista con el bate al hombro esperando, quizá y para siempre, el tercero y definitivo “strike”. Otros adornados con pinturas de Nicolás Contreras, quien por ahí pintó un Cristo que parece salirse del muro; o el retrato que casi habla de Luis Benítez Mitre. La tumba del trágicamente asesinado Don Andrés Tejeda, ex presidente municipal, ahora ya acompañado de su hija Livier y su nieto Luis Rigoberto, esperan al cansado visitante con dos cómodas bancas placeras y una flamante y enorme cruz de metal reluciente. La del Constituyente Juan Espinosa Bávara se muestra remodelada porque cada año se hace un homenaje con las autoridades municipales en los aniversarios de la Constitución. En la del Profesor Inocente Díaz Herrera, el músico acaponetense, que radicaba en Tecuala, también ya fallecido, Don Rafael Morales, mandó poner la partitura de la canción “Tú mi único amor” de 1963.
Piano en el sepulcro de la Maestra Yolanda Alduenda de Quintero

Partitura de "Tú, mi único amor" del Profesor Inocente Díaz Herrera


Hay sepulturas muy antiguas como una en verdad hermosa en forma de ataúd, por cierto ya muy gastada, pues hasta la fecha se perdió, pero en la cual se alcanza a ver un párrafo que dice: “…bañada con un piélago de llanto…” Josafat N. de O´Connor. O la de Julia López Portillo de Aguiar, nacida en 1856. Tenemos la de Eugenio Tortolero quien entregó su alma en 1890, y tres años después Don Francisco Quintero Robles.

Famoso el beisbolista Octavio Contreras Cantabrana

Lo moderno y lo antiguo junto

Lápidas añejas

Bellos sepulcros antiguos

Algunos sepulcros están catalogados por el Instituto Nacional de Antropología e Historia como monumentos históricos funerarios, y protegidos por una ley federal, y en verdad destacan por su sobriedad y belleza, lástima que ni el INAH, ni los familiares de los difuntos que ahí reposan, pongan atención en ellos.
Yo mismo encontré los restos de mi tatarabuela, Doña Maximiana Dueñas Robles y de mi tío abuelo Pedro “Pito” Robles o de otro antepasado ilustre, Don J. Encarnación “Chon” Arjona, adinerado comerciante mazatleco que acuñaba su propia moneda y muy ligado a la historia de mi familia.
Los restos de mi tatarabuela

Es en verdad sincera
lo que nos dice esta frase
que solo el ser que no nace
no puede ser calavera.
                               Anónimo

Sepultado el Obispo Díaz y Macedo, se ideó construir una capilla con los restos mortales del jefe de la diócesis en su interior; la hermana del mencionado sacerdote, Doña Salvadora Díaz, prometió enviar croquis del monumento, cosa que nunca sucedió; después se vino “la bola” de la revolución y la obra quedó pendiente. Fue hasta 1923 cuando se conformó una junta de honorables acaponetenses con la intención de levantar el edificio. El Presidente de esa asociación fue el Sr. Manuel Romano y el tesorero Sr. Don Miguel Lora, y gracias a un importante donativo de un mil 500 pesos que proporcionó el Sr. Fermín Maisterrena –un dineral en esos tiempos--, más el apoyo del Presidente Municipal Don Luis Jiménez, se pudo concluir la capilla en el año de 1926. El maestro encargado de obra fue Víctor de León y su segundo Antonio Rendón, más conocido como “Pichuri”, también de oficio panteonero. En la capilla existe un Cristo que mandó el hermano del fallecido Obispo, por cierto también sacerdote, Don José María Díaz y Macedo. Imagen que por cierto recientemente rescató el Prof. Hugo Alan Lora Aguilar, quien halló la cruz tirada y seriamente dañada, comenzando con ella un vía crucis que comenzó en Acaponeta y concluyó en Guadalajara donde pudieron reparar un brazo que se había zafado a resultas de la caída. Se ha pedido al INAH, que catalogue la pieza, pero hasta ahora no ha habido respuesta alguna.
Fue una breve pero enriquecedora visita al lugar donde tarde o temprano iremos –literalmente—a caer. Tanta historia ahí guardada nos hace meditar que la vida, como bien dicen las abuelas, la tenemos prestada por un rato, sin embargo siempre será mejor visitar el panteón por arriba, que verlo desde abajo.
Concluyo este trabajo con un fragmento de un poema del bardo nayarita Amado Nervo:

“La muerte nuestra señora, está llena de respuestas para todos los porqués de la existencia. Sobre sus hombros de mármol en que los besos se hielan, cae en negros gajos fúnebres la majestad de sus trenzas. ¡Qué afiladas son sus manos! ¡Qué seguras y que expertas! ¡Cogen nuestra alma al morirnos con una delicadeza...!”
La tumba de Constituyente Juan Espinosa Bávara


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