Con motivo del Día de Muertos, se me ocurrió visitar el panteón
municipal, recorrer el interesante lugar y pergeñar unas líneas con datos
interesantes para el lector. Ojalá se cumpla ese objetivo.
Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
Y aprenderá mil cantares
y olvidará con razón
la soledad, los pesares
y tristezas del panteón.
Si este año no quieres ir
te esperaré el año entrante
que cuando vuelva a venir
tú que estés pata tirante.
-- Venegas Arroyo
Remodeladas recientemente sus bardas
y su entrada principal donde en el cancel se conserva la leyenda que reza:
“Ayuntamiento 1895”, el panteón municipal recibe al visitante que llega por su
propio pie o al que viene con “los tenis por delante”.
Hoy el panteón sufre tal
sobrepoblación que al decir de su ex administrador, recientemente jubilado con casi tres décadas de servicio,
Sr. Raúl Medina Benítez, en muy poco tiempo no cabrá ni un “difuntito más”.
Considera él que haciendo un censo y regularizando las propiedades se ganarán
nuevos espacios.
El cementerio, como todos los años en
estos días, se muestra muy limpio, libre de hierbas y estorbos que bloqueaban
sus ya de por sí desorganizadas y anárquicas callejuelas. Sin embargo, se queja
el amigo Raúl Medina, los parientes de los difuntos llegan con flores y coronas
nuevas, limpian las tumbas y dejan regadas por doquier las marchitas ofrendas
depositadas anteriormente y dice: “estamos preparados para morir pero no para
tirar la basura en el tambo…”
La vida no es más que nostalgia de la
muerte…
--
Xavier Villaurrutia
Visitamos primero la capilla que se
encuentra en el centro de la necrópolis. En el interior de la misma se conserva
el monumento funerario que guarda los restos mortales del Primer Obispo de
Tepic, Excelentísimo Señor Don Ignacio Díaz y Macedo; su historia es singular.
Ignacio Díaz y Macedo |
En junio de 1905, el obispo se
hallaba de visita pastoral en Acaponeta, cuando lo sorprendió la parca. En
cuanto se supo en Tepic la noticia devastadora de su deceso, el Jefe Político
del Territorio –recuérdese que Nayarit aún no era una entidad federativa—Mariano
Ruiz, dio instrucciones para trasladar con celeridad el cadáver a la ciudad
capital, pero el cura párroco de Acaponeta, Sr. Don Buenaventura O´Connor y el
presbítero Felipe López, alegaron que la última voluntad del Obispo era quedar
sepultado en el lugar de su muerte, por lo que respetando su decir, se dieron a
la tarea de encontrar el lugar adecuado en el panteón.
En aquel entonces, recién nacido el
siglo, del centro del camposanto nacían cuatro calles que lo dividían en otros
tantos sectores, cada uno de estos tenía su propia categoría: primera, segunda,
tercera y cuarta clase, es decir, se enterraba a los fallecidos de acuerdo a su
posición social: parafraseando al siempre bien recordado dramaturgo Antonio
González Caballero, ahí descansaban el terciopelo, el medio pelo, la pelusa y
los pelones.
A la muerte de Díaz y Macedo, la
línea de sepulcros crecía de forma ordenada conforme llegaban los difuntos, y
en aquel momento, el lugar que seguía y eventualmente le iba a tocar al alto
dignatario de la fe, quedaba en el punto opuesto a la entrada del lugar, por lo
que se consideró inadecuado inhumar en un sitio tan poco visible a tan alto
prelado. O´Connor sugirió pedir permiso a la autoridad para iniciar una nueva
fila –seguimos en primera clase—y de esta manera el sepulcro quedaría a la
entrada del sacrosanto lugar. Sin embargo por consejo del Lic. Leonardo
Rodríguez, se decidió inhumar al sumo sacerdote en el centro del panteón,
precisamente de donde partían las cuatro calles y, desde ahí, punto preferencial sería visto a los
cuatro vientos.
Al final, a pesar de que se hizo lo
anterior, el cuerpo quedó en terrenos de segunda clase, con vecinos de “medio
pelo”; sin duda “extraños son los designios del Señor”, o bien como dice el
actual administrador: “ahí abajo todos están iguales”.
La vida es una muerte sin fin…
--
José Gorostiza
Dice Octavio Paz en “El Laberinto de
la Soledad”: “…para el habitante de Nueva
York, Paris o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque
quema los labios. El mexicano en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia,
duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor es
permanente…” Y en el panteón de Acaponeta también hay quien le resta
importancia a la pelona y huesuda señora: existen todo tipo de sepulcros y
monumentos que llenan el espacio, por arriba y por abajo también. Los hay
grandes y pomposos que roban cámara, “la última vanidad” diría Amado Nervo.
Otros humildes y olvidados, meras cruces sin nombre o lápidas deterioradas.
Otras curiosas como el piano donde descansa la Maestra Yolanda Alduenda; o el
beisbolista con el bate al hombro esperando, quizá y para siempre, el tercero y
definitivo “strike”. Otros adornados con pinturas de Nicolás Contreras, quien
por ahí pintó un Cristo que parece salirse del muro; o el retrato que casi
habla de Luis Benítez Mitre. La tumba del trágicamente asesinado Don Andrés
Tejeda, ex presidente municipal, ahora ya acompañado de su hija Livier y su nieto
Luis Rigoberto, esperan al cansado visitante con dos cómodas bancas placeras y
una flamante y enorme cruz de metal reluciente. La del Constituyente Juan
Espinosa Bávara se muestra remodelada porque cada año se hace un homenaje con
las autoridades municipales en los aniversarios de la Constitución. En la del
Profesor Inocente Díaz Herrera, el músico acaponetense, que radicaba en
Tecuala, también ya fallecido, Don Rafael Morales, mandó poner la partitura de
la canción “Tú mi único amor” de
1963.
Piano en el sepulcro de la Maestra Yolanda Alduenda de Quintero |
Partitura de "Tú, mi único amor" del Profesor Inocente Díaz Herrera |
Hay sepulturas muy antiguas como una
en verdad hermosa en forma de ataúd, por cierto ya muy gastada, pues hasta la
fecha se perdió, pero en la cual se alcanza a ver un párrafo que dice: “…bañada con un piélago de llanto…” Josafat
N. de O´Connor. O la de Julia López Portillo de Aguiar, nacida en 1856. Tenemos
la de Eugenio Tortolero quien entregó su alma en 1890, y tres años después Don
Francisco Quintero Robles.
Famoso el beisbolista Octavio Contreras Cantabrana |
Lo moderno y lo antiguo junto |
Lápidas añejas |
Bellos sepulcros antiguos |
Algunos sepulcros están catalogados
por el Instituto Nacional de Antropología e Historia como monumentos históricos
funerarios, y protegidos por una ley federal, y en verdad destacan por su
sobriedad y belleza, lástima que ni el INAH, ni los familiares de los difuntos
que ahí reposan, pongan atención en ellos.
Yo mismo encontré los restos de mi
tatarabuela, Doña Maximiana Dueñas Robles y de mi tío abuelo Pedro “Pito”
Robles o de otro antepasado ilustre, Don J. Encarnación “Chon” Arjona,
adinerado comerciante mazatleco que acuñaba su propia moneda y muy ligado a la
historia de mi familia.
Los restos de mi tatarabuela |
Es en verdad sincera
lo que nos dice esta frase
que solo el ser que no nace
no puede ser calavera.
Anónimo
Sepultado el Obispo Díaz y Macedo, se
ideó construir una capilla con los restos mortales del jefe de la diócesis en
su interior; la hermana del mencionado sacerdote, Doña Salvadora Díaz, prometió
enviar croquis del monumento, cosa que nunca sucedió; después se vino “la bola”
de la revolución y la obra quedó pendiente. Fue hasta 1923 cuando se conformó
una junta de honorables acaponetenses con la intención de levantar el edificio.
El Presidente de esa asociación fue el Sr. Manuel Romano y el tesorero Sr. Don
Miguel Lora, y gracias a un importante donativo de un mil 500 pesos que
proporcionó el Sr. Fermín Maisterrena –un dineral en esos tiempos--, más el
apoyo del Presidente Municipal Don Luis Jiménez, se pudo concluir la capilla en
el año de 1926. El maestro encargado de obra fue Víctor de León y su segundo
Antonio Rendón, más conocido como “Pichuri”, también de oficio panteonero. En
la capilla existe un Cristo que mandó el hermano del fallecido Obispo, por
cierto también sacerdote, Don José María Díaz y Macedo. Imagen que por cierto
recientemente rescató el Prof. Hugo Alan Lora Aguilar, quien halló la cruz
tirada y seriamente dañada, comenzando con ella un vía crucis que comenzó en
Acaponeta y concluyó en Guadalajara donde pudieron reparar un brazo que se
había zafado a resultas de la caída. Se ha pedido al INAH, que catalogue la
pieza, pero hasta ahora no ha habido respuesta alguna.
Fue una breve pero enriquecedora
visita al lugar donde tarde o temprano iremos –literalmente—a caer. Tanta
historia ahí guardada nos hace meditar que la vida, como bien dicen las
abuelas, la tenemos prestada por un rato, sin embargo siempre será mejor
visitar el panteón por arriba, que verlo desde abajo.
Concluyo este trabajo con un
fragmento de un poema del bardo nayarita Amado Nervo:
“La muerte nuestra señora, está llena
de respuestas para todos los porqués de la existencia. Sobre sus hombros de
mármol en que los besos se hielan, cae en negros gajos fúnebres la majestad de
sus trenzas. ¡Qué afiladas son sus manos! ¡Qué seguras y que expertas! ¡Cogen
nuestra alma al morirnos con una delicadeza...!”
La tumba de Constituyente Juan Espinosa Bávara |
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