Un personaje inolvidable para todos los que lo conocimos fue el buen
amigo Don Eduardo Vidriales Robles, con quien afortunadamente tuve múltiples
pláticas acerca de la historia contemporánea de Acaponeta y quien, antes de su
sentido deceso me compartió este cuentecillo sobre algún personaje de nuestro
municipio. Ojalá lo disfrute el amable lector y queda ahí el recuerdo de una
excelente persona que dedicó buena parte de su vida a la tipografía, las artes gráficas y la
impresión.
Don Eduardo Vidriales Robles |
Por: Eduardo Vidriales Robles
Hoy hace tres semanas que mi esposo
Cirilo se fue pa´l norte y ya recibimos su primera carta.
Un sobre bien alisado con un timbre
gringo y que está escrito así: “Remite Cirilo Macías, Rancho Los Álamos, Texas.
Para Rosalina Macías, Rancho San Dieguito de Abajo, Acaponeta, Nayarit, México.”
Como si hiciera un año de que se fue,
así de grandes eran las ganas que mis hijos y yo teníamos de recibir carta.
Dice que cruzó sin problemas y sin
susto, y que, de su primera paga, que no es completa todavía, nos está mandando
veinte dólares. Son pocos dice, “pero ya
será más cuando reciba mi raya completa. Estos son para que sepan que no me
olvido de ustedes…”
Bracero |
Dice también: “salió bien la treta que tú y yo hicimos pa´venirme del rancho sin
despedirme. Me traje la arpilla en la mano con que venía a comprar mandado en
la tienda del “Tripas” en Acaponeta, donde yo había mandado antes el bulto con
mi ropa. Dile a Juan “el sofocado”, uno de los sitieros del rancho, que me lo trajo,
que muchas gracias. Así me horré el trago de las despedidas donde a muchos se
les ha hecho bolas el cogote y hasta han tenido de plano que rajarse de hacer
el viaje. O vienes o no vienes. Mejor así sin atragantarse al´ora de despedirse
de los di´uno”.
“Todos los días sueño a mi chilpayata Rosario, jalándome los pelos del
bigote mientras la traigo abrazada. Y a Rosalba la de en medio ya le tengo
vista en una tienda su mochila de color naranja, con calculadora y plumas de
todos los colores para que le siga yendo bien en la escuela y siga sacando
buenos lugares”.
Braceros en los campos estadounidenses |
“A mi hijo Pablo el mayor, por llevar el nombre de su abuelo, ya le tengo
vistas unas botas del cinco y una gorra tejana para cuando vaya los domingos al
jardín de Acaponeta, ora que hay corrida al rancho que sale hasta las nueve de
la noche y pa´que sus amigos digan: ´a´í va el hijo de Chilo Macías.”
“Y a mi viejita “Beta” ya le tengo vista en una tienda de El Paso, su
súeter aborregado, para las mañanitas frías que ya vienen allá por la cuesta blanca,
rumbo a La Mesa, donde vive con mis demás hermanos.
No me olvido también de los quinientos pesos que nos prestó mi compadre
José Antonio para completar lo del “brinco”, junto con lo que nos dieron por la
vaquilla josca que vendimos cuando me vine…”
“Querida Rosa: Aunque me vine lejos a buscar la vida, a todos los tengo
muy cerca. El retrato tuyo lo tengo en la bolsa de adentro de la chamarra, la
que me pongo todos los domingos pa´que no se me olvide como eres. Aquí también
hay tentaciones, pero trataré de guardarlas en la secreta de mi pantalón.
No me has preguntado qué regalo quieres para ti, pero te lo voy a tener
en secreto. Ya sé que te gustan los vestidos de colores chillones para lucirlos
con tus trenzas largas. Eso y tus coquetas grandes y otras cosas más que te voy
a llevar.
Los quiere a todos Cirilo”
Mis amigas, las que no saben lo que
es tener marido lejos, me preguntan cuánto vale una carta. Yo no les digo nada,
pero para más es mi comadre Andrea que me pidió la carta para ponérsela al
Santo Niño que tiene en su casa para que todo se nos cumpla. Dice que es tan
milagroso como el que tenemos en la capilla del pueblo. No lo hace por leer la
carta que de todos modos se la diríamos letra por letra, pues nos llevamos muy
bien.
Mientras, en mi casa, seguimos
engordando la puerca “cuina” que tenemos pa´los chicharrones, el día que vuelva
Cirilo.
A mis amigas las que me preguntan qué
cuánto vale una carta, les puedo contestar que yo y mis hijos no les daríamos
esta que tenemos ni por todo el dinero que ellas pudieran juntar en cinco años.
Él no se aguantó las ganas de poner
una de esas que les dicen posdatas y que dicen: “Cuando oigan cantar a “los Chirrines” el corrido del bracero que se
volvió rico, se acuerdan de mí pa´ver si se me hace…aquí también me pasan cerca
los pitidos del tren como en San Dieguito. Adiós. Chilo”
¿Cuánto vale una carta?
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