lunes, 18 de diciembre de 2017

¿CUÁNTO VALE UNA CARTA?



Un personaje inolvidable para todos los que lo conocimos fue el buen amigo Don Eduardo Vidriales Robles, con quien afortunadamente tuve múltiples pláticas acerca de la historia contemporánea de Acaponeta y quien, antes de su sentido deceso me compartió este cuentecillo sobre algún personaje de nuestro municipio. Ojalá lo disfrute el amable lector y queda ahí el recuerdo de una excelente persona que dedicó buena parte de su vida a la tipografía, las artes gráficas y la impresión.


Don Eduardo Vidriales Robles


Por: Eduardo Vidriales Robles

Hoy hace tres semanas que mi esposo Cirilo se fue pa´l norte y ya recibimos su primera carta.
Un sobre bien alisado con un timbre gringo y que está escrito así: “Remite Cirilo Macías, Rancho Los Álamos, Texas. Para Rosalina Macías, Rancho San Dieguito de Abajo, Acaponeta, Nayarit, México.”

Como si hiciera un año de que se fue, así de grandes eran las ganas que mis hijos y yo teníamos de recibir carta.
Dice que cruzó sin problemas y sin susto, y que, de su primera paga, que no es completa todavía, nos está mandando veinte dólares. Son pocos dice, “pero ya será más cuando reciba mi raya completa. Estos son para que sepan que no me olvido de ustedes…”
Bracero

Dice también: “salió bien la treta que tú y yo hicimos pa´venirme del rancho sin despedirme. Me traje la arpilla en la mano con que venía a comprar mandado en la tienda del “Tripas” en Acaponeta, donde yo había mandado antes el bulto con mi ropa. Dile a Juan “el sofocado”, uno de los sitieros del rancho, que me lo trajo, que muchas gracias. Así me horré el trago de las despedidas donde a muchos se les ha hecho bolas el cogote y hasta han tenido de plano que rajarse de hacer el viaje. O vienes o no vienes. Mejor así sin atragantarse al´ora de despedirse de los di´uno”.

“Todos los días sueño a mi chilpayata Rosario, jalándome los pelos del bigote mientras la traigo abrazada. Y a Rosalba la de en medio ya le tengo vista en una tienda su mochila de color naranja, con calculadora y plumas de todos los colores para que le siga yendo bien en la escuela y siga sacando buenos lugares”.

Braceros en los campos estadounidenses

“A mi hijo Pablo el mayor, por llevar el nombre de su abuelo, ya le tengo vistas unas botas del cinco y una gorra tejana para cuando vaya los domingos al jardín de Acaponeta, ora que hay corrida al rancho que sale hasta las nueve de la noche y pa´que sus amigos digan: ´a´í va el hijo de Chilo Macías.”

“Y a mi viejita “Beta” ya le tengo vista en una tienda de El Paso, su súeter aborregado, para las mañanitas frías que ya vienen allá por la cuesta blanca, rumbo a La Mesa, donde vive con mis demás hermanos.

No me olvido también de los quinientos pesos que nos prestó mi compadre José Antonio para completar lo del “brinco”, junto con lo que nos dieron por la vaquilla josca que vendimos cuando me vine…”

“Querida Rosa: Aunque me vine lejos a buscar la vida, a todos los tengo muy cerca. El retrato tuyo lo tengo en la bolsa de adentro de la chamarra, la que me pongo todos los domingos pa´que no se me olvide como eres. Aquí también hay tentaciones, pero trataré de guardarlas en la secreta de mi pantalón.

No me has preguntado qué regalo quieres para ti, pero te lo voy a tener en secreto. Ya sé que te gustan los vestidos de colores chillones para lucirlos con tus trenzas largas. Eso y tus coquetas grandes y otras cosas más que te voy a llevar.

Los quiere a todos Cirilo”

Mis amigas, las que no saben lo que es tener marido lejos, me preguntan cuánto vale una carta. Yo no les digo nada, pero para más es mi comadre Andrea que me pidió la carta para ponérsela al Santo Niño que tiene en su casa para que todo se nos cumpla. Dice que es tan milagroso como el que tenemos en la capilla del pueblo. No lo hace por leer la carta que de todos modos se la diríamos letra por letra, pues nos llevamos muy bien.

Mientras, en mi casa, seguimos engordando la puerca “cuina” que tenemos pa´los chicharrones, el día que vuelva Cirilo.
A mis amigas las que me preguntan qué cuánto vale una carta, les puedo contestar que yo y mis hijos no les daríamos esta que tenemos ni por todo el dinero que ellas pudieran juntar en cinco años.

Bien alisada la carta, en el fondo de la caja de la ropa, podemos verla todos los días y saber cómo es cierto, que cada día nos queda más cerca el regreso de Cirilo.

Él no se aguantó las ganas de poner una de esas que les dicen posdatas y que dicen: “Cuando oigan cantar a “los Chirrines” el corrido del bracero que se volvió rico, se acuerdan de mí pa´ver si se me hace…aquí también me pasan cerca los pitidos del tren como en San Dieguito. Adiós. Chilo”

¿Cuánto vale una carta?

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