Por: José Ricardo
Morales y Sánchez Hidalgo
DE CHILE: El caso de Genaro García Luna, desde que lo hallaron culpable, ha ocupado todos los titulares de los periódicos y horas de transmisión en radio y televisión, y ya no se diga en redes sociales, por lo que hay poco que agregar. Sin embargo quiero hacer mis propias reflexiones.
Para empezar me parece enorme la hipocresía gringa que siempre se coloca en el papel de víctima y los mexicanos, siempre fachosos, prietos y feos en las películas, somos los malos y malditos a los que hay que construirles un muro para que no pasen. Ya nadie duda de que la DEA está tremendamente corrompida y para ellos aplica aquello que en su tiempo dijo Álvaro Obregón: “no hay general que aguante un cañonazo de 50 mil pesos”, en estos tiempos, agentes de la DEA, políticos mexicanos de todos los niveles, son incapaces de aguantar un cañonazo de 50 millones de pesos (la inflación ¿sabe usted?).
Allá, pasando el conflictivo río Bravo, hay capos igual o más poderosos que los chapos, los zambadas y los beltranes de aquí; y a nadie le despeinan un pelo. Los gringos ponen los mariguanos y adictos y nosotros los asesinados (por supuesto a ninguno de los dos les va bien). La culminación del juicio de García Luna, nos deja la terrible enseñanza de que la llamada “guerra contra el narco” de Felipe Calderón, simple y llanamente no existió, todo fue una farsa o, como gustaba al secretario de seguridad, fue un montaje, del cual no pudo ser ajeno el presidente su jefe.
DE DULCE: Estoy seguro que muchos de los amables lectores que me hacen el inmenso favor de leer estas líneas, sobre todo aquellos que ya tienen “cierta edad”, recuerdan con agrado y añoranza, los inolvidables viajes en ferrocarril.
Eran en verdad deliciosos y, a mi gusto la mejor manera de viajar, sobre todo largas distancias. Su servidor no realizó los viajes que hubiera querido hacer en este cómodo medio de transporte, pero las pocas veces que lo hice quedé maravillado. Tanto, que a pesar de la distancia en tiempo, llega a mi memoria un viaje familiar en tren de México a Minatitlán, Veracruz, teniendo su servidor la edad de cuatro o cinco años, y me impresionó tanto el ferrocarril que se grabó en mi mente de manera indeleble.
Ya adolescente, recién ingresado a la universidad, hice un viaje con mi señor padre —él de origen chihuahuense— de la capital de esa norteña entidad al Pacífico, en el extraordinario y popular tren “Chepe” (Chihuahua al Pacífico), viaje que todo mexicano debiera de hacer antes de entregar el equipo a la madre tierra. De hecho espero pronto volver a vivir esa experiencia, ahora en compañía de mi esposa.
Estación del FFCC en Acaponeta |
Mucho me hubiera gustado viajar y conocer un vagón de doble piso que el gobierno implementó allá a finales de los años 40 o principios de los 50 acá en el norte de Nayarit y sur de Sinaloa. Este vehículo llamado “Autovía”, con motor a gasolina hacía recorridos diarios entre el puerto de Mazatlán y Acaponeta, con paradas en Escuinapa, El Rosario y Villa Unión. El vagón llegaba a una rotonda a la que hacía girar, muchas veces los mismos chiquillos que jugueteaban o andaban de vagos en la estación del ferrocarril y se regresaba nuevamente. No duró más de cinco años este carromato sobre rieles.
En los últimos días de vida del ferrocarril de pasajeros, inventaron el “Tren Estrella”, según el gobierno, ultra rápido y de primera categoría. El que hacía el viaje de Tepic a Mazatlán sin paradas intermedias, al cual llamaron “el mazatleco”, pero poca fue su vida útil, ya que en 1995, durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, el servicio de pasajeros desapareció. Existe una anécdota que en realidad no sé si fue cierta o es producto del ingenio popular; resulta que ya viajando en el tren Estrella, una persona le preguntó a un garrotero si faltaba mucho para llegar a Acaponeta, no, le dijo en trabajador del tren, pero no hacemos parada en esa estación, se va de largo a Mazatlán. ¡Vaya pues! exclamó el amigo, “a mí me urge bajar en Acaponeta”. Pues no se va a poder, pero mire —le explicó el auxiliar del vagón— al llegar a la estación, el tren disminuye su velocidad, lo que haremos es arrojar su equipaje y usted se sitúa en una de las puertas de acceso del vagón y brinca, pero es importante que al caer usted siga corriendo sino la inercia hará que usted se vaya de bruces. Ya puestos de acuerdo, así lo hicieron, al llegar a la estación acaponetense, en efecto el tren disminuyó la velocidad, el garrotero aventó por la portezuela el equipaje del señor y le gritó —¡Ahora, aviéntese y no deje de correr—, el amigo se animó y se aventó a los andenes de la estación y al tocar piso siguió el consejo del garrotero y corrió y corrió, alcanzando al vagón que iba delante, del que salieron unas manos, lo tomaron de los hombros y lo subieron de nueva cuenta al tren. Ahí, otro garrotero le dijo: —amigo, que suerte tuvimos de que lo vi y lo pude ayudar a subir, porque este tren no para en Acaponeta—. ¿Será cierto?
Acaponeta, “la ciudad de las gardenias” debe su “apodo” a la estación del
ferrocarril, donde vendedores ambulantes ofertaban plantitas de gardenias en canastitas,
aromando el espacio y sin saberlo en ese momento convirtiendo en un icono a
nuestro pequeño pueblo. Es inexplicable que en un país como el nuestro los
trenes prácticamente sean una decoración. En otras partes del mundo, son un
medio de transporte de carga y pasajeros sumamente importante, básico, rápido y
moderno. La corrupción, la negligencia, el sindicalismo mal entendido y la
apatía de los gobiernos en turno, dieron al traste con el placer de los viajes
en ferrocarril. Qué tristeza.
Los motivos son muchos, comenzando por la apatía y dejadez de un gobierno —no este de AMLO, al que por supuesto hay que sumar, sino al que esté de turno no importando su color— que lo ha permitido. Recuerdo, hace algunos años, estaba prohibido que anuncios de radio, televisión y prensa fueran en una lengua extranjera; hoy hay comerciales enteramente en inglés, si acaso con subtítulos en español. Su servidor es fanático del fútbol americano y me enoja que la mayoría de los comentaristas se refieran a los equipos con sus nombres en inglés son: Miami dolphins, Dallas cowboys, patriots de Nueva Inglaterra o chiefs de Kansas. No fallan, parece que la consigna que llevan es esa, forzosamente mencionar a los equipos con su título en inglés, pareciera que no hubiera traducción, habiendo por supuesto “delfines”, “vaqueros”, “patriotas” o “jefes”. Solo se salvan de esta quema los llamados “tres amigos”:De Valdéz, Burak y Segarra.
Por supuesto las redes sociales no
ayudan, ni los programas de televisión, donde lo “cool” es cambiar las palabras
castellanas por la lengua de Shakespeare. A más de uno de mis alumnos de la
prepa conminé a no usar expresiones gringas sin ton ni son; no fueron pocos a
los que dándoles una calificación aprobatoria, gritaban con júbilo: ¡Yes! Como
si no hubiera otro tipo de expresión de alegría en el idioma español. Los
extranjerismos se han ido metiendo como la humedad en el lengua diario y
coloquial: hot dogs, fashion, hot cakes,
okey, please, bye, y cientos de palabras que surgen de las nuevas
tecnologías. Es muy importante querer y apreciar a nuestra lengua, a los niños
y jóvenes es esencial transmitirles el amor por el español y explicarles que
este idioma es parte de sus raíces y su cultura. “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”, una de las tantas
frases célebres del escritor Miguel de Cervantes Saavedra, nos enseña que la
lectura, irremediablemente aumenta nuestro vocabulario y nos da armas para
valorar lo extraordinariamente rica que es nuestra lengua. Defendamos esto que
nos define e identifica. Espero sus comentarios, sugerencias y datos
interesantes al correo: jori.mosahi@gmail.com
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