Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, expresó con sabiduría alguna vez el conocido Filósofo de Güemez. Esta frase me llega a la mente porque ahora que tuvimos la visita del Papa Benedicto XVI al país --arribo del que nadie pudo quedar fuera por la gigantesca cobertura de los medios de comunicación, especialmente la televisión que mucho se beneficia económicamente con las visitas papales--, se me ocurre hacer las significativas y enormes diferencias entre dos hombres, uno real, el Papa, y el otro ficticio --pero muy real-- de un anciano campesino, Juanito Pueblo, habitante de alguna de las sufridas comunicades indígenas remontadas en las bellas, pero inaccesibles serranías mexicanas.
Vamos a hacer una comparación entre dos viajeros: el Papa llegado desde la pomposa Europa y un probable campesino que viaja, como ya mencioné, desde alguna comunidad lejana con la ilusión de ver, aunque sea de "pasadita" al vicario de Cristo.
Dice el comentarista de la televisión: "...es un gran sacrificio el viaje de 14 horas en avión de Su Santidad Bendicto XVI". Sin duda, es pesado y muy cansado un viaje de tantas horas y más para un anciano de 85 años de edad. Lo que no dice el comentarista es que el Papa viaja en un avión perfectamente equipado para ese largo trayecto, no lo sé de cierto, pero seguramente lleva cama, baño privado y todas las comunidades que necesita una persona que ya de salud no está en plenitud. Además al sumo pontífice lo acompaña un séquito personal de 26 personas, cinco de ellos cardenales, además de 90 periodistas al pendiente de todo lo que acontece.
Debe haber un médico y enfermeras abordo, además de la tripulación del avión siempre presta a servir a tan alto dignatario.
Don Juanito Pueblo, no tiene 85 años como el Papa, tendrá unos 65, pero la vida en el campo mexicano, siempre en las peores condiciones, hacen que los hombres se avejenten de manera sorprendente: el polvo de las áridas parcelas, la escacez de agua, la insalubridad cotidiana de las comunidades indígenas a donde no llegan el progreso ni la modernidad, la preocupación eterna de hacerse de alimentos para los hijos desde hace más de 500 años, logran que Juanito Pueblo se vea 25 años más viejo de lo que en realidad es...aunque hay que decir que, por las mismas causas, su cuerpo cansado y de piel cetrina, tiene un gran vigor y fuerza que le permite hacer un viaje a la ciudad para ver a quien él considera una esperanza más: Benedicto XVI.
A Juanito no lo acompaña más séquito que el de su mula, sobre la que va montado y que le permite salir de la agreste geografía que rodea su pobrísima comunidad. No son 14 horas de un placentero vuelo, por el contrario son 48 horas a lomo de mula e infinidad de riesgos para llegar a algún lugar donde tomar un camión viejo y destartalado que lo lleve a la gran ciudad.
Benedicto XVI, llega a un país carcomido por el avance imparable del crimen organizado, que tiene a los gobiernos de los tres niveles y a la población en general en permanente jaque. De hecho, muchos pusieron objeciones a su visita a México para evitar exponerlo a esa violencia que es de diario para millones de habitantes de esta nación.
Pero la cabeza de la Iglesia Católica no debe temer, existe a su alrededor un aparato de seguridad que solo se brinda a los más poderosos del mundo. Su resguardo en tierras aztecas está asegurado por varios millones de dólares en gastos que incluyen cientos de agentes mexicanos de seguridad en el que participan lo mismo policías federales, estatales de Guanajuato y ministeriales de varios municipios; cuenta también con la colaboración del ejército mexicano. Se calcula que esa fuerza sumará unos 13 mil elementos.
Los accesos a la Ciudad de León contaron con 30 puestos de control vehicular con aparatos de rayos gamma y rayos X. Los alrededores del Colegio Miraflores donde Su Santidad pasará las noches están prácticamente blindados y, por supuesto, cuenta para sus traslados con cuatro helicópteros de las fuerzas armadas mexicanas, un "papamovil" blindado y que incluso está fuertemente blindado para resistir balas o proyectiles de grueso calibre y resiste incluso un ataque bacteriológico o químico, y un auto Mercedes con las mismas "gracias". Eso sin contar la guardia personal del alemán, que integran 10 elementos del Cuerpo de Seguridad de la Gendarmería del Vaticano y dos guardias suizos, cada uno con una poderosa pistola calibre .45.
Lo resguardan también los cuerpos de bomberos de León y varias unidades de la Cruz Roja.
Don Juanito Pueblo, no tiene más protección que una medallita de oro --que se ha salvado del empeño-- con la imagen de San Judas Tadeo, un desgastado escapulario que cuelga penosamente de su cuello y una estampita con la imagen --infaltable-- de la Virgen de Guadalupe, a los que se encomienda el campesino en su largo viaje a la ciudad de León. Teme, como millones de mexicanos, la inseguridad de los caminos vecinales, que se han convertido en ramales de paso para los narcotraficantes y otras alimañas que solo buscan crear el pánico en los pequeños pueblos del país. Ni siquiera confía en las fuerzas de seguridad, porque él sabe bien, que la mayoría de las veces están coludidos con los delincuentes. Lleva, eso sí, un machete el cual teme perder en algún inútil retén de las policías estatales, que más parece que cuidan las rutas del narco, que la seguridad de los ciudadanos. Por si las dudas, lleva arrugado, justo debajo de la estampita de la Guadalupana, un billete de 50 pesos, lo mismo para los numerosos asaltantes que asuelan los caminos, que para los corruptos agentes de la "Ley". Don Juanito sabe que es más fácil que un misil antiáreo pase por las fronteras con Estados Unidos, que su machete por un camino sacacosechas.
Juanito, por las noches, no sabe a que temer más, si a las fieras del monte, o a las fieras con AK-47 Cuernos de Chivo.
Herr Joseph Ratzinger, no sufre, come a sus horas y tiene un ejército de monjitas que le recuerdan que no se malpase y lo atienden a cuerpo de rey, como lo que es. Juanito, busca y busca en su desgastado morralito y no encuentra ya nada, tan solo un mendrugo duro y mohoso. Tiene que cazar lo que buenamente le ofrezca la madre naturaleza, ya de por sí, muy mezquina con los habitantes del campo mexicano.
A Benedicto lo reciben los más altos prelados de la iglesia, el mismísimo Presidente Calderón que lleva a su esposa e hijos; los presidentes de ambas cámaras, los jerarcas de la televisión, quienes se frotan las manos al ver las millonadas que dejarán los anunciantes y la futura venta de videos, medallas, espampitas y la repetición insana de "programas especiales de la visita de Su Santidad", un negocio redondo, con la misma teleaudicencia que un Chivas-América. Hasta los cuatro candidatos a la presidencia están ahí, lo mismo para darse baños de pueblo y de fe, que para hacer mercenario proselitismo político.
A Juanito Pueblo no lo recibe nadie, más por el contrario, encuentra decenas de calles cerradas, retenes donde los "guardianes de la ley" lo miran como siempre han mirado a los indígenas y a los ciudadanos pobres: con desprecio e insultos. Si acaso lo acompañan miles y miles de personas como él, que arriesgando todo se acercan para ver a la veloz pasada del papamovil o allá en la lejanía del templete, la minúscula figura de blanco del Papa.
Benedicto es extrajero y se le trata como hueytlatoani azteca, a pesar de que no deja nada concreto o tangible, solo oraciones, misas y bendiciones, pero se lleva millones de dólares en erogaciones por el recibimiento. Juanito es mexicano y no solo no se lleva nada, quizá solo oraciones, una misa a cuestas y bendiciones que tal vez no le llegaron completas porque entre 600 mil personas, ni de a "cachito" alcanza uno, sino que tuvo que pagar un horroroso camión donde no le hicieron descuento de la tercera edad, porque no llevaba la credencial, a pesar de sus canas y el vello blanco de su pecho..
Dos realidades muy diferentes que nos ha tocado vivir...
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