LA MUERTE NO PIDE PERMISO...
Por: Juan J. Gaspar G.
--Maestro,
maestro... ¿No quiere venir con nosotros? Vamos a llevarle unas
veladoras y café a la casa de Don Apolonio... Gritaba Doña Chencha,
amable dueña y anfitriona del humilde jacal en donde paso mis noches,
frías noches de este año que comienza...
Don Apolonio
murió, de un tumor en la garganta, dicen que escupía sangre, una sangre
cafesosa y espesa que dejaba por entre las cercas del jacal que le
servía de vivienda... ahí murió, al lado de sus hijos, nueras y nietos,
pura gente indiada, de mera cepa Otomí...
--Siií, Doña
Chenchita", nomás, deje terciarme una chamarra, porque el frío esta
algo perro ... Y deje llevarme el morral, para ayudarle a traer sus
animales...
Camino de ida y de regreso... Tierras
polvorientas donde el barbecho dura todo un año o más, cuando otro
campesino muere... En el jacal de Don Apolonio, solo se miran rostros
desvelados y duros, son rostros de piedra, que ya estan curtidos de
llanto... Afuera un montón de chamacos estan acurrucados al lado de un
enorme fogón... ¡Pobre gente!
Me acerco al diminuto
cuarto donde se realizan las honras fúnebres... unas seis o siete
mujeres, dos chavalos y dos viejanas, todos con la misma apariencia de
familia, raza y origen lingüístico... Doña Chencha se ha quedado afuera
del Jacalón, ya que trae una herida sangrante en su mano izquierda y
teme alguna infección... Entro al cuartucho y saludo a la gente con un
abrazo y un leve apretón de manos... Pese al excesivo frío que se pasea
entre las arboledas, se siente la tibieza de esos cuerpos que no se han
movido de ahí, desde la noche anterior... Sus manos son duras, asperas y
arrugadas, son manos echas de tierra y para la tierra... con esas manos
frías y duras me señalan hacia el rincón donde reposa un bulto pequeño,
enredado en unos sarapes o cobijas... Un leve escalofrío recorre mi
cuerpo, cuando se entremezclan los olores de las veladoras ardientes y
el humor de un cuerpo entrando en descomposición...
Guardando devoción me retiré de ahí en silencio...
Al caminar de regreso, Doña Chencha me hizo un leve comentario...
---¡Pobre,
Doña Agustina! hace una semana se murió su hijo, que cayó borracho
al borde de Mesillas y lo encontraron hasta el día siguiente... ¡Pobre
gente, como sufre en estas tierras tan frías, en estas tierras tan solas!
¡Camino, como siempre, en la noche...
mirando de frente
la luz que se agiganta;
dejando atrás
la negra sombra que se alarga,
camino, como siempre, en la noche!
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