Por: José B. Algarín G.
Otra modalidad que inventaron era que nosotros, los de primer ingreso,
nos cooperábamos para la compra de varias barras de hielo para sentarnos en
ellas con toda y ropa un tiempo que se nos hacia muy largo.
El único feliz era el que pasaba a esa hora, que llevaba en un “diablito”
varias barras de hielo el cual rápidamente vendía su mercancía.
Así que cuando entrábamos a clase casi siempre íbamos o mojados o
escurriendo.
Ahí me topé con el mentado Willy, aquel que en la Prepa, sin querer le
había dado un cabezazo en una herida previa que traía en la ceja el cual de
inmediato me reconoció y fue mi verdugo durante casi todo el año.
Nunca se me olvidará cuando en una ocasión, terminando mi clase de
Anatomía entre él y otro más, me agarraron y abriendo un refrigerador especial
lleno de cadáveres me acostaron sobre uno y cerrando la puerta durante unos
minutos que a mí se hicieron horas.
Mi primer tropiezo lo tuve en el examen final y el más importante, pues
si no pasaba Anatomía, aun cuando pasara las otras materias del primer año no
podía ingresar al segundo año, de tal manera, que repetí durante tres meses
Anatomía, logrando pasar “arrastrando la cobija” con calificación de 6.
Y tener que alcanzar a mis compañeros, haciendo un esfuerzo en mis
estudios, de tal manera que superé tres meses después la ventaja que ellos me
llevaban. Logrando por fin salir parejos del segundo año.
De mis profesores, mis respetos, todos eran Profesionistas destacados en
su practica particular.
Ahí me encontré de nuevo al Maestro aquel del examen de la Prepa, que
nos reprobó con sus Raíces Griegas y Latinas el Dr. Miguel Quezada Ochoa, muy cambiado con respecto al
grupo que quedábamos originarios de Nayarit, todo una dama (Años después, fue
mi testigo de honor, junto con el Dr. Esteban Robles Dávila en mi matrimonio
civil).
Un Nayarita distinguido y muy conocido en la Ciudad de Guadalajara, el
emérito Maestro Dr. Juan Ignacio Menchaca con un Currículum Profesional
impresionante, egresado de la Escuela de Medicina de la UDG. y con una
Maestría nada menos que en la Sorbona de
París.
Contaré tres anécdotas sobre él de lo educado que era:
Yendo una mañana a impartir su clase a la Escuela de Medicina, al
parecer un taxista se le atravesó en su camino y él, muy educado le llamó la
atención, motivo por el cual el taxista de marras, le lanzó una serie de
improperios que el Doctor sin inmutarse se los aguantó, y al continuar dicho cafre
del volante diciendo majadería y media, el Maestro se bajó de su carro y le
dijo algo más o menos así: Mire, ya hasta le pedí a Usted disculpas, pero se ve
que no entiende, así que permítame: quitándose el saco, se subió las mangas de
su camisa, y sacando del taxi a aquel energúmeno lo tundió de una buena
derecha (Se comentaba que era todo un atleta). Todavía le pidió disculpas, se
bajó las mangas de su camisa, se puso su
saco, y siguió su camino...
La otra anécdota que lo hizo famoso, y creíble cien por cierto, es que
en una ocasión estando en su residencia, siendo ya media noche tocaron a su
puerta, y se trataba de un vecino el cual sabía que él era Doctor, diciéndole
que por favor fuera a su casa a ver a su esposa. Ni tardo ni perezoso se
vistió, tomó su maletín de médico, y se fue con el vecino, y lo que se encontró fue que la
señora estaba en pleno período de parto, pero con presidencia de mano del bebé
(esto equivale a un parto que no se puede y no se debe
atender en domicilio, pues se necesita anestesiar a la paciente, y hacer
una versión interna del producto) cosa que era obvio que él no podía hacer nada
ahí.
Así que se lo explicó al afligido marido para que trasladara a su esposa
a un Sanatorio. Y muy educado, se despidió de mano del vecino, de la señora y de la mano del niño que salía de
su vientre, diciendo buenas noches niño.
De los mas cercanos amigos compañeros de carrera debo mencionar a uno
muy especial, su nombre Adalberto, quien era un joven político extrovertido,
que tenía (tiene) un timbre de voz muy especial, en una ocasión al pasar visita
a nuestros pacientes y encabezados por el Maestro Menchaca, de finos modales,
nos acercamos a la cama de un paciente para estudiar su caso. Después de pasar
lista a los alumnos se dirigió al joven Adalberto, diciéndole: Presénteme por
favor al Señor... Sí, cómo no, mi querido “Maistro” contestó de inmediato
Adalberto, y cogiendo el expediente de la historia clínica que se encontraba en
la pared, en la cabecera de la cama del paciente, medio lo vio, y le dijo al
Dr. Menchaca, “Maistro” le presento aquí a Don Chon y volviendo la cara al
paciente que por cierto se llamaba Encarnación le dijo... Don Chon le presento
a mi “Maistro” el Dr. Menchaca, el pobre hombre medio saco la mano de la sábana
que lo cubría, misma que el Dr. Menchaca se la estrechó, y volviéndose hacia
Adalberto le dijo: Le suplico presente al Sr. Don Encarnación desde el punto de
vista médico...(Nota buena.- Recientemente mi compañero “Tolín” me dice que no
fue Adalberto el de esta anécdota, sino otro de mis queridos condiscípulos).
Este Maestro me hizo el honor de ser mi testigo en mi matrimonio civil, precisamente un día
antes de tomar posesión como Presidente Municipal de la Ciudad de Guadalajara.
Era tal la estatura moral y política de dicho Nayarita, que ocupó varios
puestos dentro del Gobierno del Estado. El actual nuevo Hospital Civil lleva su
nombre (Yo lo recuerdo con mucho cariño, y le puse el adjetivo del “Hombre de
los tres siglos”, pues nació el año de 1898, y murió en el año 2001.)
Mi círculo de amigos y compañeros cada día aumentaba más, y como yo era
de los más bajos de estatura, cuando logré pasar al segundo año de Medicina,
encabezaba intencionalmente las novatadas de que queríamos hacer con los de
nuevo inicio, lo que nos hicieron a nosotros,
y respaldado por los más grandes, me encaminaba con los de nuevo ingreso
para forzarlos al baño diario, y la compra de barras de hielo sin mucho éxito,
hasta que me apoyaban a la fuerza los de mayor estatura y peso, y pues a
bañarse.
Así como me hice de bastantes amigos, de la misma manera al paso de los
meses me hice de “enemigos” también, a los cuales los había “novateado” de
más. Y cuando venían las represalias, pues eran directamente contra mí. Sin
embargo siempre tuve el respaldo de mis compañeros más dotados
muscularmente. Nunca me dejaron que me golpearan.
Como los libros de estudio de Medicina eran muy caros para la economía
de mi familia, optábamos por juntarnos varios compañeros en casa de dos
hermanos que estaban en mi mismo grupo, los cuales tienen dos hermanos mayores médicos, que sí tenían los libros adecuados,
de tal manera de que nos juntábamos a estudiar en su casa.
Dichos compañeros se apellidan Bustos Moreno, Alfonso (q.e.p.d.) y Oscar
Humberto.
En esa época varios de mis compañeros andaban “noviando”, y me recuerdo
de un compañero que tenía una presunta candidata para novia, la andaba
conquistando pues, esta dama vivía frente al Templo del Santuario, pero había
una “palomilla” brava, que no lo dejaba muy como él quería. Dicha palomilla la
encabezaba un tipo de nuestra edad, muy “maldito”, pues se sentía muy charro,
por pertenecer a una familia de charros, de apellido Zermeño. Que también la
pretendía.
Y esa vez que yo lo acompañaba, y tratando de quedar los dos bien con la dama, pasó accidentalmente por ahí un
personaje que en aquel tiempo abundaban en la Ciudad, eran los que con un
aparatito daban “toques”. Al verlos, este personaje, empezó a decir,
“toques...toques...” Total que en presencia de la pretendida dama, quien vivía
en una casa con balcón hacia el jardín de enfrente del Templo, se retaron
mutuamente para haber quién aguantaba más con lo mencionados “toques”. Inició
mi compañero, y agarrando los dos manguitos, uno en cada mano, y diciéndole al
tipo...échale...échale...yo veía que en un momento dado, se empezó a “trabar”
de las manos y los brazos, y seguía insistiendo ...échale...más...más...hasta
que dijo....ya...¡párele! Según el prestador del servicio dijo...mmm... llegó
hasta 90 (¿?)
Siguió luego el bravo charrito, y lo mismo...aguantó...aguantó. .. y
pedía más...más... más... lógico era que él iba a ganar, y mi compañero
desesperado ante la inminente derrota frente a su Dulcinea, se le ocurrió coger
un balde lleno de agua que estaba por ahí y se lo vació, bañándolo por
completo, junto con el de los toques.
Ya se imaginaran, al
recibir el agua pues hizo tierra y quedó todo trabado de todo
el cuerpo casi doblado sobre sí mismo, momento que aprovechamos los dos
para correr (Ya no volvimos por ese barrio.)
En ese mismo grado (segundo de Medicina) y ante un Maestro muy
estricto (no había de otros), era nuestro examen final, y mi compañero Briceño,
le tocó en suerte la exploración de rodilla, nos dirigimos al pabellón de
Traumatología, y al azar le indicó el Maestro, ese enfermo. Se trataba de un
paciente de aproximadamente 70 años o más, así que empezó el interrogatorio,
y el Dr. le dijo, examine Usted la rodilla.
Briceño inicia entonces la exploración, tomando la débil y delgada
pierna del anciano, empieza a examinarla y de inmediato se notó un temblor de
toda la pierna, el Dr. le preguntó, ¿presenta
temblores el paciente? A lo que Briceño, le contestó, no Maestro soy yo,
estoy temblando de nervios. Temblor que se irradiaba hacia la pierna del
paciente.
A propósito de temblores, estando en la clase con el Maestro de apellido
Campos Somellera, preguntó: Voy a ponerle un diez al que me conteste la
siguiente pregunta, como yo no andaba
muy bien en su clase, antes de iniciar su pregunta yo ya estaba con la mano
derecha levantada para que la pregunta me la dirigiera a mí, y así lo hizo, la
pregunta fue: ¿Cuantas clases de temblores hay? Por supuesto que yo no lo sabía,
pero ni tardo ni perezoso contesté de inmediato lo primero que se me ocurrió y
muy serio respondí, existen dos tipos de temblores, Maestro, los involuntarios
y los voluntarios....Ante la cara de asombro que le vi poner, me preguntó de
nuevo, dígame Usted ¿cuáles son los temblores voluntarios?, y de inmediato extendí
ambos brazos haciéndolos temblar a voluntad. Ante la cara de asombro por
segunda vez de él (silencio total de mis compañeros) y la carcajada posterior
del profesor, no se hizo esperar las risas de mis demás compañeros unas décimas
de segundo después de la carcajada inicial del Maestro. Posterior a esto mis bonos con mi querido
Maestro subieron mucho. ¡Por supuesto que pasé su clase!
No mencionaré por esta vez nombres, se trata de un compañero que no era
ningún sabio, sino más bien, era un estudiante condiscípulo de grupo que pasaba
por inercia las materias, pues bien, estando en la llamadas Clínicas, la de
Oftalmología precisamente, el Titular de la materia, le pidió que examinara a
un paciente que ya estaba en el sillón de auscultación, y le dijera que
encontraba en su ojo derecho.
Al parecer mi
compañero sí había estudiado la víspera, pues de inmediato empezó a señalar lo
que veía a través del Oftalmoscopio, y
decía: observo... exudados algodonosos y
cotonosos, propios de una Hipertensión Arterial mal controlada, etc...
etc. Nosotros admirados de su sapiencia
al respecto veíamos con admiración a nuestro compañero, que seguía describiendo
toda una gama de alteraciones en el fondo del ojo observado...El Maestro
después de que terminó, le preguntó, ¿todo eso vio? Sí, contestó el interfecto
muy seguro de sí mismo.
Para asombro de todos nosotros y más para él, el Maestro le pidió al
paciente que por favor nos mostrara su prótesis, sacándose el paciente un
bonito ojo de un material muy fino....¡era pues un ojo postizo!
Mismo compañero, que al morirse uno de su pacientes encamados en el
Hospital Civil, a instancias del titular de la sala de Medicina Interna, le
acompañó para dar el pésame a los familiares del fallecido, tartamudeando les
dijo algo así como...pos no había más lucha... ya estaba muy malo, y fíjense,
se murió el Papa de Roma, ¡cuantimás Don Pancho! (Efectivamente en esos días
murió Eugenio Pachelli pontífice de Roma y Papa de la Iglesia Católica)
Este compañero, le gustaba ir a mi casa, dizque a estudiar (lo pongo en
tela de juicio, pues cenábamos unos magníficos y sabrosos frijolitos que mi
Nina, sí, la siempre presente Nina, que he descrito con anterioridad nos
preparaba antes de estudiar.)
Y yo era el que leía en voz alta, pero mi compañero, después de la
escueta pero sabrosa cena se quedaba profundamente dormido a los pocos minutos
de haber yo empezado.
Al salir en un período vacacional se invito él mismo a acompañarme a
Acaponeta, a casa de mis padres, pues
decía que le gustaría ir a cacería conmigo, sin poderme negar, le ratifique la
propia invitación que el se había hecho.
Al día siguiente
salimos hacia mi querida Ciudad, y al llegar lo presenté a mis padres, quienes
le dieron una efusiva bienvenida. Hasta la mañana siguiente, en el desayuno
mis padres y yo, nos dimos cuenta que traía fajada una pistola en la cintura.
Mi madre sumamente preocupada, le dijo; mire, aquí todo el mundo nos conoce, y
pues si va a andar con mi hijo no es necesario que porte Usted un arma. La
respuesta de él fue, que se sentía “encuerado” sin dicha arma, sin embargo,
se la quitó y se la entregó a mi papá para su resguardo, no muy convencido. Le
presenté a varias señoritas de la localidad y una que le agradó más, me comentó
en esa noche: ¿Sabes que?...Me la voy a robar pues ella si me “cuadra” el ojo.
De una manera harto cortés le dije que no eran así las cosas en los pueblos,
más en Acaponeta, se tenía que empezar por una amistad primero y posteriormente
pues...lo que el futuro le deparara.
Total que al día siguiente invité
a un tío mío, muy aficionado a la cacería, para que él lo llevara, y le dije:
tío, a este compañero le gustaría que lo llevaras a una parte selvática, pues le
gusta la caza mayor (tigrillo, venados) y guiñándole un ojo, le indicaba, que
me lo cansara, mi tío agarró la idea, y disculpándome con mi compañero, le dije
que yo no podía ir. El aceptó de buena gana, se fue con mi tío, y hasta el día
siguiente en la tarde volvieron, parece ser que mi tío lo llevo por las
marismas, en el agua, en pantanos, en busca de caza mayor, mi compañero venía
extenuado, pálido, sudoroso, con hambre y una temperatura de casi 40 grados, y medio se recuperó en la casa y
al día siguiente muy temprano, lo acompañé a tomar un camión hacia Guadalajara.
Años después me encontré a dicho compañero sumamente cambiado, era todo
un caballero, y aquel hombre “broncudo” había desaparecido.
Ya para finalizar el año, teníamos un examen muy difícil, de Anatomía
Patológica. “Coco” de todos , pues el Maestro Roberto Mendiola, era todo un personaje en la materia, y se
trataba de sacar en el acto previo al examen, dos temas, los cuales teníamos
que desarrollar, eran mas 80 temas, pero yo ya me había hecho el animo de no
presentarme al examen pues era realmente difícil para mi esa materia,
necesitaba prepararme mas y pensaba pasarla en extraordinario.
Él me convenció a presentarla pues llevaba una magnífica amistad con el
ayudante del Dr. Mendiola, quien le había dicho que las fichas de los temas
estaban acomodados en orden cronológico,
y que nada mas estudiáramos, por decir algo, el cuarto tema de arriba hacia
abajo, y séptimo, y que yo escogiera el último, y el que seguía de abajo hacia
arriba, pues el ayudante mentado ya le
había dado a conocer los nombres de los temas. Lo pensé muy bien, y aun cuando
faltaban menos de dos días para el examen, le conteste...¡pues a darle!
Así que el día del examen, yo ya llevaba bien estudiados mis dos temas.
Y claro algo de lo que había estudiado durante todo el año.
Como yo era de los primeros de la lista pasé al Laboratorio de Anatomía
Patológica, junto con mi compañero, y cual va siendo nuestra sorpresa, que su
amigo, el ayudante llevando perfectamente acomodadas las hojas con los temas,
se tropieza y cae, soltando como palomas mensajeras en desbandada todos los
temas, perdiendo así la secuencia que ya teníamos preparada.
Al ver esto mi querido amigo se dio la vuelta y salió de inmediato del
salón donde iba a presentar el examen, quedando yo frente al Maestro, quien le
ayudó a recoger a su torpe ayudante aquellas hojas, diciéndome: Escoja Usted, y
sin dudarlo así lo hice, claro que no me tocó mis temas por mí preparados,
sino dos, uno de los cuales medio sabia
algo, y el otro... pues a sufrir...
Esa era la primera parte del examen, pues seguía la identificación de un
tejido del organismo humano en el microscopio con otro maestro y dependiendo de
la identificación del tejido, se nos calificaba.
En el examen del tema escrito en uno saque 4 (reprobado) y en el otro 6,
apenas pasaba. Así pues tenía que sacar cuando menos 8 de calificación en el
examen de identificación del tejido, y claro la explicación de la alteración
patológica que dicho tejido presentaba.
Había más de 40 “laminillas” (es una cuadrícula de cristal con el tejido
preparado, con formol y corte microscópico, donde sabiendo se detectaba a que
órgano pertenecía).
(Continuará...)
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