Por: Carlos Ramírez
Indicador Político
EL PRI recuperó la presidencia, pero… Independientemente de
quien haya ganado las elecciones presidenciales, el verdadero problema político
de México radica en el dilema de ahogarse en los particularismos o de veras
optar por el modelo de la ruptura democrática.
La única agenda viable será la que parte del hecho de que el
proyecto nacional de desarrollo, el consenso de la Revolución Mexicana y el
pacto constitucional vigentes apenas darían para transcurrir otro sexenio en la
mediocridad como nación, en la versión mexicana del Dr. Panglós del mejor de
los mundos posibles y no del deseable.
Lo que viene a partir de hoy es la verdadera gran decisión
nacional: el camino de la transición frustrada de Rusia con el retorno de los
brujos del pasado o el camino de la transición exitosa de España con una
ruptura democrática basada en un nuevo consenso, un nuevo modelo de desarrollo
y un nuevo pacto constitucional.
Carlos Ramírez |
La agenda de la transición requiere el rediseño institucional
del país, la reformulación de la estructura de producción y la reorganización
de la tarea del Estado. Esta remodelación de la república no necesita saber
quién ganó las elecciones sino si el que las ganó está dispuesto a convertirse
en el Adolfo Suárez de la transición mexicana, en el líder del nuevo ciclo
nacional.
Lo que está en colapso es la república priísta. Los dos sexenios de gobierno panista se hicieron sobre las bases del periodo neoliberal del priísmo. De ahí que el PAN no haya tenido demasiado problema en lograr la alternancia partidista en la presidencia de la república, porque en el ciclo tecnocrático del PRI, de 1982 al 2000, la salida de emergencia de la crisis populista fue el programa conservador del FMI y el Banco Mundial que coincidía con la propuesta del PAN.
Lo que está en colapso es la república priísta. Los dos sexenios de gobierno panista se hicieron sobre las bases del periodo neoliberal del priísmo. De ahí que el PAN no haya tenido demasiado problema en lograr la alternancia partidista en la presidencia de la república, porque en el ciclo tecnocrático del PRI, de 1982 al 2000, la salida de emergencia de la crisis populista fue el programa conservador del FMI y el Banco Mundial que coincidía con la propuesta del PAN.
En doce años el PAN le dio prioridad a la estabilidad
macroeconómica, aún en medio de la severa crisis de 2008-2009, con resultados
que siguen asombrando a los técnicos del FMI, pero con un costo social y
productivo similar a los tropiezos pasados en el ritmo de crecimiento
económico.
Lo que le ha dado prolongación a los ciclos PRI-PAN en la presidencia de la república ha sido la continuidad del pensamiento económico estabilizador; Vicente Fox nombró secretario de Hacienda a Francisco Gil Díaz, economista formado en la Universidad de Chicago del conservadurismo neoliberal, en la que el eje ideológico fue el neoliberalismo de Milton Friedman; más aún, Gil fue profesor adjunto de Friedman. Y Felipe Calderón designó secretario de Hacienda a Agustín Carstens, subdirector-gerente del Fondo Monetario Internacional.
Con la estrategia económica y de desarrollo en manos de figuras destacadas del neoliberalismo económico, la viabilidad del PAN se estrechó al dilema de estabilidad macroeconómica o gasto social; del otro lado, sin embargo, el PRI y el PRD ni siquiera se preocuparon por abrir un debate en esos términos por la sencilla razón de que el PRI sigue manteniendo la política económica neoliberal de Carlos Salinas de Gortari y el PRD reduce su neopopulismo a programas asistencialistas de corto plazo pero sin romper con la disciplina de estabilidad de las cifras macroeconómicas.
Lo que le ha dado prolongación a los ciclos PRI-PAN en la presidencia de la república ha sido la continuidad del pensamiento económico estabilizador; Vicente Fox nombró secretario de Hacienda a Francisco Gil Díaz, economista formado en la Universidad de Chicago del conservadurismo neoliberal, en la que el eje ideológico fue el neoliberalismo de Milton Friedman; más aún, Gil fue profesor adjunto de Friedman. Y Felipe Calderón designó secretario de Hacienda a Agustín Carstens, subdirector-gerente del Fondo Monetario Internacional.
Con la estrategia económica y de desarrollo en manos de figuras destacadas del neoliberalismo económico, la viabilidad del PAN se estrechó al dilema de estabilidad macroeconómica o gasto social; del otro lado, sin embargo, el PRI y el PRD ni siquiera se preocuparon por abrir un debate en esos términos por la sencilla razón de que el PRI sigue manteniendo la política económica neoliberal de Carlos Salinas de Gortari y el PRD reduce su neopopulismo a programas asistencialistas de corto plazo pero sin romper con la disciplina de estabilidad de las cifras macroeconómicas.
El verdadero dilema de México no radicó en optar por tres
opciones partidistas que representaban la misma política económica del priísmo
neoliberal sino en saber si alguna fuerza política, social, moral, económica e
intelectual hubiera sido capaz de abrir el debate sobre el hecho de que la
única alternativa estaba en una nueva propuesta de desarrollo, basada en un
pensamiento crítico al neoliberalismo. Y se equivocaron quienes pensaron en
Keynes porque el economista inglés no promovió una estrategia de desarrollo
sino que aconsejó aumentar el gasto público en un mercado más racional que el
actual para que el gasto se convirtiera en demanda, la demanda se transformara
en oferta y la oferta reactivara el mercado interno.
La ruptura democrática del modelo de desarrollo implica una tarea de búsqueda de un nuevo consenso social para salir de los candados que colocó el PRI al modelo de desarrollo, que logró mantenerlos en el ciclo populista y que se convirtieron en doctrina en el periodo neoliberal priísta y que la alternancia panista eludió cualquier intención de abrirlos. El sexenio 2012-2018 será el de la reactivación de la lucha política entre los liderazgos caudillistas de las tres partidistas o puede ser el de la construcción de un nuevo consenso que facilite los cambios en el desarrollo.
La ruptura democrática del modelo de desarrollo implica una tarea de búsqueda de un nuevo consenso social para salir de los candados que colocó el PRI al modelo de desarrollo, que logró mantenerlos en el ciclo populista y que se convirtieron en doctrina en el periodo neoliberal priísta y que la alternancia panista eludió cualquier intención de abrirlos. El sexenio 2012-2018 será el de la reactivación de la lucha política entre los liderazgos caudillistas de las tres partidistas o puede ser el de la construcción de un nuevo consenso que facilite los cambios en el desarrollo.
La verdad es que no importa saber quién ganó la elección de
ayer; el verdadero debate debe darse en función de la urgencia de una
movilización social a favor de una ruptura democrática para replantear el
modelo de desarrollo o de agotar el impulso social en el conformismo de que un
país crece como puede, no como quiere o necesita. Los dos sexenios panistas
demostraron la acumulación de rezagos sociales en empleo, bienestar, calidad
social, pobreza y marginación por la decisión de mantener la línea de la
estabilidad macroeconómica.
La clave de las posibilidades de encontrarle salidas a la
crisis y al estancamiento se localiza en la construcción de un nuevo consenso
nacional, un nuevo acuerdo político y social a favor de un nuevo proyecto
nacional de desarrollo y su correlativa política económica. Mantener otro
sexenio de control macroeconómico puede satisfacer al FMI, pero ampliará el
margen de bienestar-pobreza que ha sido la tónica desde los años setenta, lo
mismo en el populismo que en el neoliberalismo.
De ahí que lo menos importante es saber quién ganó las
elecciones, sino si habrá o no un debate sobre la agenda del desarrollo que
lamentablemente está ausente en los partidos y sus candidatos. Si el país no
rompe en los hechos el dilema continuismo-restauración, vendrán otros seis años
de más de lo mismo.
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