Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
Enclavada en lo profundo de una pronunciada cañada de la zona
serrana, relativamente cerca de la cabecera municipal de Huajicori, se halla
uno de los sitios arqueológicos más notables e interesantes del Estado de
Nayarit y probablemente del país, mismo que es popularmente conocido como “Las Pilas de los Monos”. Nombrada así por las enigmáticas figuras grabadas en las
paredes de piedra que conforman el conjunto.
El lugar se convierte en un maravilloso crisol donde se
funden la belleza del entorno natural con las magníficas manifestaciones
culturales del hombre de aquellos tiempos asentados en esta región.
Allá en el año 2000 más o menos, acompañando a los cordiales
amigos de la Junta Vecinal de Huajicori y el camarada Miguel Ángel Delgado
Ruiz, en ese tiempo coordinador de Juntas Vecinales y Museos Comunitarios del
INAH y hoy Director del Museo Regional de Nayarit, recorrimos los cuatro o
cinco kilómetros de terracería en auto, para luego hacer un trayecto de una
hora a pie y a campo traviesa, admirando paisajes extraordinarios del sector que
nos corresponde de Sierra Madre Occidental, que de ahí corre hacia el sur y va
tomando diferentes nombres: de Huajicori, San Francisco, de Ixcatán, de Barbería,
El Nayar, de Pajaritos, Pinabete, de Álica, de La Yesca, etc.
La biodiversidad se hace rápidamente presente, al mover la
primera piedra que atrancará las ruedas del carro en el que viajamos, salta una
culebra, de la cual dice el guía, que es venenosa, a pesar de sus bellos colores
de franjas negras y amarillas.
Pasamos por una hermosa represa que desde arriba semeja un
espejo acostado entre montañas; este marca el inicio del recorrido “a pata”.
Subimos y bajamos lomas y montañas, los jóvenes de manera ágil se adelantan,
los que no somos tan "contemporáneos" nos rezagamos, bufamos y mordemos con
trabajo, pedazos de aire muy puro, que es parte del adorno y atractivo de una
serranía que a todas luces ha sido sistemáticamente agredida por taladores y
sus compinches que otorgan a diestra y siniestra permisos para explotar, sin
piedad, esa enorme riqueza forestal. Aunque no es de dudar que lo hagan sin
mediar permiso alguno, y lo peor, sin reponer uno solo de los árboles caídos
por la acción del hacha asesina o la motosierra depredadora. Sin embargo, da
gusto caminar por la sobreviviente flora de nombres deliciosos: venadillos,
hinchahuevos, otates, habillas, palochinos, guaniquiles y muchos más que pelean
el verde a una temporada de secas.
Después de una hora de escalar peñascos y bajar a los
vallecillos entre montañas vigilantes, llegamos a un conjunto de rocas que
otean la distancia y que resaltan en medio de la orografía brillando al sol
semejando enormes guerreros tepehuanos, y a cuyos pies, en el fondo de una accidentada
cañada, se encuentra el cauce seco de un arroyo –al menos en la temporada que
fuimos, lejana de las lluvias, iba seco--; punto final de nuestro destino. En
temporada de aguas, esta corriente nace en el cerro Bayo, y es el mismo que
llega a Quiviquinta, donde es cruzado por el puente de Maromas.
Es
necesario, dado la profundidad de la cañada y la inclinaciones de sus taludes o
laderas, bajar con sogas, si no a rapel, sí de manera muy parecida, ejecutando
toda suerte de malabarismos para evitar perder el equilibrio y caer hasta unas
enormes ollas naturales, que al paso de los milenios han sido esculpidas
pacientemente por el arroyo que rompe sobre las rocas que se atraviesan por su
paso. Estas ollas o contenedores naturales de agua dan al bello lugar su
nombre: “Las Pilas de los Monos”.
En tiempo de lluvias, este hermoso y escondido lugar debe de
convertirse en encantadoras y profusas cascadas que bañan a los “monos”, que no
son otra cosa que figuras grabadas en la roca y que seguramente representan a dioses
o deidades cuyo significado tiene que ver con algún tipo de centro ceremonial.
El Cronista de Acaponeta, Don Néstor Chávez Gradilla en su libro “Breve
bosquejo histórico y descriptivo de la ciudad de Acaponeta” en su tomo I,
menciona que acaso estos petroglifos pertenezcan al período de 5000 a 1000
A.C., que de ser exacto daría una antigüedad tal, que igualaría a las de las
primeras aldeas campesinas que se fueron asentando en el Valle del Éufrates y
el Tigris, que posteriormente conformarían la variada cultura de los pueblos de
la Mesopotamia.
Por su parte el también historiador y uno de los cronistas de
Huajicori, el Dr. Efraín Rangel Guzmán, comenta en el video que corona esta nota y que se debe a la cámara y visión del Sr. Rubén Carrillo; que fueron los
peregrinos nahuatlacas, que en su paso en búsqueda de asentamiento donde la
leyenda dice que pararían donde se viera un islote con un águila devorando una
serpiente, hicieron una parada en este lugar del hoye municipio de Huajicori y dejaron esa muestra
extraordinaria de su expresión.
El Arqueólogo Francisco Samaniega Altamirano, quien ha hecho
importantes estudios in situ de la Pila de los Monos, ha llegado a la
conclusión que el sitio arqueológico corresponde al posclásico temprano situado
entre los años 900 y el 1200 de esta era, correspondiente a la cultura Aztatlán y que los
grabados fueron realizados por los "coracholes", que presumiblemente más tarde
serían los "totorames". Aunque quizá, agrega el investigador del Instituto
Nacional de Antropología e Historia (INAH), esa obra en piedra se deba a los
tepehuanes históricos o "aúdam" del suroeste, mismos que llegaron a la zona entre
los años 1300 a 1350, lo que supondría lo hicieron cuando Aztlán entraba en declive
y que, manifiesta el arqueólogo Samaniega, es probable que estos grupos sociales
fuesen los "chichimecas" históricos que desde Sonora y Chihuahua fueron empujando
a los nahuas aztatecas a un abandono parcial de la zona. Sin duda todo lo
anterior es muy interesante.
Nosotros como neófitos en el tema, solo podemos decir que los
“monos” son sumamente interesantes. En
una primera pila que recibe la corriente del agua, encontramos tres formas
humanoides, con antenas que sobresalen de sus cabezas y que pareciera portan
cascos, por lo que bien pudieran pensar algunos que se trata de seres
extraterrestres o haría las delicias de charlatanes como Jaime Maussán, o
el loco sueco aquel Erik von Daniken, que no daba ningún crédito a las obras
monumentales de los seres humanos y todo lo atribuía a culturas avanzadas
llegadas de otros mundos; a pesar de esas posturas, la grandiosa cultura del
hombre antiguo no necesita de marcianos para crear arte sublime, entusiasmado
misticismo, inspiración y ciencia para brillar con luz propia. Estos seres
grabados en la piedra están rodeados de círculos concéntricos, espirales,
grecas, equis y decorados intrigantes que deleitan la vista de quien los
contempla.
En lo alto de esta pila cuelga una enorme roca también
grabada, que corona los preciosos dibujos de los “monos”. Se dice que la pila
fue dinamitada hace décadas por inconscientes, para drenar el agua, pues en su
ignorancia buscaban ollas llenas de oro en el fondo de ese estanque y, que a
decir de nuestro guía Martín Ramos Viera, destruyeron una de las paredes que
creemos también tenía grabados, ya que una de las orillas del gran boquete
muestra un diseño o dibujo a todas luces incompleto.
Es la tercera pila la que contiene un mayor número de
grabados, con gran variedad de diseños y símbolos que hacen del lugar un rico
hallazgo arqueológico y que tienen mucha similitud con las pinturas rupestres
de Baja California, como la “Cueva de la Pintada” o también los “marcianos” del
Tassili n´Ajer en el Sahara Africano.
Adivinar las formas depende de la imaginación de cada quien:
flores, caracoles, soles, animales, cruces, estrellas y diversas figuras
geométricas que le dan vuelta al perímetro interior de las pilas, que durante
la temporada de lluvias quedan bajo el agua.
La acción del hombre es factor negativo para la supervivencia
del sitio, siempre estará presente es espectro de la destrucción, como en el
caso de los que dinamitaron la primera pila; algunos dibujos han sido incluso
balaceados por estúpidos ignaros y otros no menos idiotas que han grabado en
las decoradas paredes con sus iniciales o ese persignado que “creó” una cruz muy
cristiana debajo de los tres “monos”. Es muy común que los visitantes lleven
gises para remarcar las figuras y se logren apreciar en las fotografías, sin
saber que la acción química del gis daña la roca. Afortunadamente, en aquel
entonces, el lugar era poco accesible y recibía pocos visitantes, pero me dicen
que ahora han facilitado el acceso al sitio que continúa son la protección y
vigilancia de ninguna autoridad. Sin embargo, es menester informar al INAH del
riesgo que corre este sensacional lugar nayarita y buscar, junto con las
autoridades locales y la propia ciudadanía alternativas para su preservación.
Del lugar, sin duda, emana magia, y la paz de la cañada nos
obliga a meditar acerca el paso del hombre sobre la tierra y la huella que con
él imprime y que, cómo en este caso, perdura cientos, tal vez miles de años.
Es momento de regresar por donde venimos y compartir esta
maravillosa experiencia, lo aprendido, lo comprendido, no sin antes seguir
disfrutando la riqueza natural del entorno y sus secretos, como las ramas
sorprendentes del árbol de coamecate de agua, que al cortarlas de un tajo con
el machete despiden un líquido claro, listo para ser bebido, apagando la
sofocante sed que produce la larga caminata.
A lo lejos, entre las montañas, aparecen claros en cuyo
centro se levantan casitas de adobe y techos de palma, cuya arquitectura tiene
una continuidad histórica de más de mil años.
Regresamos por una senda diferente, pedregosa que dificulta
el andar, pero vamos contentos de haber sido testigos de tantas maravillas. Las
Pilas de los Monos son joyas de gran valor que engalanan el riquísimo
patrimonio cultural de Huajicori y la zona norte del Estado de Nayarit. Su
estudio, comprensión y cuidados deben hacerse con metodología para desentrañar
su misterio y recoger el mensaje que desde un remoto pasado nos dejaron
nuestros ancestros. No destruyamos en un día lo que ha sobrevivido siglos,
mejor hagámoslo nuestro y de las futuras generaciones.
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