Por: Juan Manuel Estarrón
La sal de mar en su
estado natural es el mejor alimento, según estudios muy serios llevados a cabo
en Argentina; sin embargo esta verdad jamás había sido difundida universalmente
debido a intereses –seguramente- económicos aún cuando desde siempre se
encuentra en el mercado para su venta y que dada su presentación granulada no
es muy atractiva para su consumo en la cocina o mesa.
“El oro blanco”, como se conoce a la sal en
muchas partes del mundo, es tan abundante como se quiera sobre todo en los
países situados entre ambos trópicos donde es menos difícil su elaboración o
extracción por el sistema de evaporación y cuando la concentración salina en el
mar hacen costeable su explotación.
En el Nayarit prehispánico las primeras
oleadas de mexicas hicieron este importante descubrimiento en las albuferas de
lo que hoy comparten Tecuala y Acaponeta. Como testimonio de las primitivas
salinas quedan las de la mítica Olita que hoy explota la cooperativa de
salineros de Atotonilco.
Olita producía anualmente dos mil fanegas
de sal, equivalentes a unos 111 metros cúbicos, según la medida española
aplicada para granos, aunque el valor de la fanega (55.5 litros) varía o
variaba según la región en España pero más o menos debió ser esa cantidad de
ciento once toneladas; con una cantidad que pudo ser menos cuando no eran
explotadas por los conquistadores, los indios utilizaban aquella sal como
trueque de muchos productos que las tribus serranas intercambiaban por carne
seca, miel o frutas.
Pero siglos después llegaba la tecnología poniéndonos
a la mesa el cloruro de sodio con otra textura y color diferentes: la sal
refinada; en este proceso pierde unos 80 minerales indispensables para el buen
funcionamiento celular de cada tejido y órgano. Imagínense tal despojo para
dejarle nada más el sodio, pero de vuelta le agregan el yodo –que previene el
bocio- que han quitado y en las bolsitas ponen la leyenda “sal yodada”.
La importancia de la sal refinada en nuestra
alimentación no es mínima puesto que en pequeñas cantidades complementa la que
nuestro organismo necesita después de tomarla de otros alimentos, pero cuando
abusamos de su consumo luego vienen los problemas coronarios, descalcificación
e hipertensión arterial que van minando nuestra salud; y es que el único
elemento que contrarresta los efectos nocivos del sodio es el potasio.
Entonces la clave está en consumir estos
dos elementos en proporciones iguales y paradójicamente ambos están en la sal
natural; aparte del calcio y potasio, la sal marina es rica en todos los
minerales conocidos hasta hoy: zinc, magnesio, manganeso, silicio, azufre,
boro, bromo, carbono, estroncio, aluminio, arsénico, bario, cesio, cobalto,
flúor, fósforo, hierro, níquel, nitrógeno, oro, plata, radio, selenio, etc.
La sal marina, por contener todos los
minerales, se compara químicamente con la sangre, por eso cuando sometemos al
organismo a duros esfuerzos físicos la única forma de reponer los minerales
perdidos es consumiendo esta sal en cantidades normales porque la sal común no
aporta nada, ni los llamados “suplementos alimenticios” que son un gran fraude
la mayoría de ellos…y caros.
Y miren todos los beneficios que obtenemos
de la sal marina: da energía a los músculos, compensa los perjuicios de una
alimentación errónea, disminuye la acidez gástrica; estimula la circulación
sanguínea, respiratoria, centros nerviosos, los riñones y las vías urinarias.
Además elimina los ácidos tóxicos (lácticos y úricos).
Pero aún hay más. Según las evidencias, a
las tres semanas se dice que hay una gran transmineralización y un
enriquecimiento extraordinario de calcio, magnesio, flúor, cinc, etc. El
magnesio previene los trastornos del corazón, en tanto que el flúor tonifica los
huesos y la dentadura.
La sal marina tiene un gran efecto
bactericida y antibiótico porque ayuda a las cicatrizaciones rápidas ya sea
tomándola o aplicada por compresas tibias o frías; también produce un gran
equilibrio electrolítico evitando las deshidrataciones por pérdida de líquidos
con sus minerales; además regula los excesos de sodio y potasio, bajando la
propia presión arterial.
Para no hacer tan pesada la lectura sobre
los sorprendentes beneficios terminamos con otros no menos importantes. Evita
las constipaciones (estreñimiento); combate el colesterol, cálculos biliares,
¡la senilidad! Porque retarda el envejecimiento y sus minerales participan en
la cura de todas las dolencias físicas.
Siendo así ¿Por qué no se promueve
masivamente el consumo de este gran elemento natural? Principalmente por las
instituciones encargadas de la salud (IMSS, ISSSTE, SSA) que gastan millonadas
en medicina preventiva y en la cura de enfermedades crónico-degenerativas.
La otra pregunta ¿Por qué en el proceso de
industrialización la sal marina pierde casi la totalidad de los minerales? Lo
único que sabemos es que ambas mantienen el mismo precio, pero la sal común
trae añadido fosfato de cal para hacerla más seca y eso explica su segura
comercialización que evita “revenirse” con la humedad como sí ocurre con la sal
marina.
Entonces llegó la hora de voltear la vista
hacia la sal marina, natural o de cuajo para revertir los daños que nos ocasiona
la sal común o de mesa.
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