lunes, 7 de febrero de 2011

SAL MARINA, EL MEJOR ALIMENTO


Por: Juan Manuel Estarrón

La sal de mar en su estado natural es el mejor alimento, según estudios muy serios llevados a cabo en Argentina; sin embargo esta verdad jamás había sido difundida universalmente debido a intereses –seguramente- económicos aún cuando desde siempre se encuentra en el mercado para su venta y que dada su presentación granulada no es muy atractiva para su consumo en la cocina o mesa.
    “El oro blanco”, como se conoce a la sal en muchas partes del mundo, es tan abundante como se quiera sobre todo en los países situados entre ambos trópicos donde es menos difícil su elaboración o extracción por el sistema de evaporación y cuando la concentración salina en el mar hacen costeable su explotación.
    En el Nayarit prehispánico las primeras oleadas de mexicas hicieron este importante descubrimiento en las albuferas de lo que hoy comparten Tecuala y Acaponeta. Como testimonio de las primitivas salinas quedan las de la mítica Olita que hoy explota la cooperativa de salineros de Atotonilco.
    Olita producía anualmente dos mil fanegas de sal, equivalentes a unos 111 metros cúbicos, según la medida española aplicada para granos, aunque el valor de la fanega (55.5 litros) varía o variaba según la región en España pero más o menos debió ser esa cantidad de ciento once toneladas; con una cantidad que pudo ser menos cuando no eran explotadas por los conquistadores, los indios utilizaban aquella sal como trueque de muchos productos que las tribus serranas intercambiaban por carne seca, miel o frutas.
    Pero siglos después llegaba la tecnología poniéndonos a la mesa el cloruro de sodio con otra textura y color diferentes: la sal refinada; en este proceso pierde unos 80 minerales indispensables para el buen funcionamiento celular de cada tejido y órgano. Imagínense tal despojo para dejarle nada más el sodio, pero de vuelta le agregan el yodo –que previene el bocio- que han quitado y en las bolsitas ponen la leyenda “sal yodada”.
    La importancia de la sal refinada en nuestra alimentación no es mínima puesto que en pequeñas cantidades complementa la que nuestro organismo necesita después de tomarla de otros alimentos, pero cuando abusamos de su consumo luego vienen los problemas coronarios, descalcificación e hipertensión arterial que van minando nuestra salud; y es que el único elemento que contrarresta los efectos nocivos del sodio es el potasio.
    Entonces la clave está en consumir estos dos elementos en proporciones iguales y paradójicamente ambos están en la sal natural; aparte del calcio y potasio, la sal marina es rica en todos los minerales conocidos hasta hoy: zinc, magnesio, manganeso, silicio, azufre, boro, bromo, carbono, estroncio, aluminio, arsénico, bario, cesio, cobalto, flúor, fósforo, hierro, níquel, nitrógeno, oro, plata, radio, selenio, etc.
    La sal marina, por contener todos los minerales, se compara químicamente con la sangre, por eso cuando sometemos al organismo a duros esfuerzos físicos la única forma de reponer los minerales perdidos es consumiendo esta sal en cantidades normales porque la sal común no aporta nada, ni los llamados “suplementos alimenticios” que son un gran fraude la mayoría de ellos…y caros.
       Y miren todos los beneficios que obtenemos de la sal marina: da energía a los músculos, compensa los perjuicios de una alimentación errónea, disminuye la acidez gástrica; estimula la circulación sanguínea, respiratoria, centros nerviosos, los riñones y las vías urinarias. Además elimina los ácidos tóxicos (lácticos y úricos).
    Pero aún hay más. Según las evidencias, a las tres semanas se dice que hay una gran transmineralización y un enriquecimiento extraordinario de calcio, magnesio, flúor, cinc, etc. El magnesio previene los trastornos del corazón, en tanto que el flúor tonifica los huesos y la dentadura.
    La sal marina tiene un gran efecto bactericida y antibiótico porque ayuda a las cicatrizaciones rápidas ya sea tomándola o aplicada por compresas tibias o frías; también produce un gran equilibrio electrolítico evitando las deshidrataciones por pérdida de líquidos con sus minerales; además regula los excesos de sodio y potasio, bajando la propia presión arterial.
    Para no hacer tan pesada la lectura sobre los sorprendentes beneficios terminamos con otros no menos importantes. Evita las constipaciones (estreñimiento); combate el colesterol, cálculos biliares, ¡la senilidad! Porque retarda el envejecimiento y sus minerales participan en la cura de todas las dolencias físicas.
    Siendo así ¿Por qué no se promueve masivamente el consumo de este gran elemento natural? Principalmente por las instituciones encargadas de la salud (IMSS, ISSSTE, SSA) que gastan millonadas en medicina preventiva y en la cura de enfermedades crónico-degenerativas.
    La otra pregunta ¿Por qué en el proceso de industrialización la sal marina pierde casi la totalidad de los minerales? Lo único que sabemos es que ambas mantienen el mismo precio, pero la sal común trae añadido fosfato de cal para hacerla más seca y eso explica su segura comercialización que evita “revenirse” con la humedad como sí ocurre con la sal marina.
    Entonces llegó la hora de voltear la vista hacia la sal marina, natural o de cuajo para revertir los daños que nos ocasiona la sal común o de mesa.

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