Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
En verdad que me dio mucha tristeza pasar por la plaza, la noche del 15 de agosto día de Nuestra Señora de la Asunción, ni más ni menos la patrona del pueblo. Y digo tristeza porque nunca había visto tal soledad y una fiesta (?) tan desangelada como la de ese día. Andaba su servidor por la zona y de casualidad le tocó ver el encendido del "castillo", pues no pensaba yo que a las 9 de la noche iba eso a suceder. Es cierto que amenazaba lluvia y quizá por ello la premura, pero ante tan poca concurrencia, más me pareció que la tradición de la fiesta patronal estaba moribunda y dando sus últimos estertores.
No soy una persona que recuerde lo que sucedía en años anterior, ya que aquí no crecí, pero sí me tocó ver en alguna ocasión una gran verbena popular y una plaza a reventar con decenas de puestos con diferentes vendimias a las que la gente acudía porque simple y llanamente era día de fiesta y bien valía la pena un festín, un lujo y darle satisfacciones al gusto, no importando cuánto se tenía que gastar. Las familias iban a ver a la Virgen, festejarla, saludarla y agradecerle, luego un paseo por la plaza, donde estaban los vecinos, los amigos, los compadres, las autoridades civiles, los malandros redimidos ese día y hasta uno que otro sacerdote honrando los grupos de camaradas.
Hoy aquello era un velorio y quizá ni eso, pues hay velorios alegres y concurridos. El día 15 la plaza lució sola o con un mínimo se asistentes; el "castillo" estuvo pinchurriento y sin chiste y para las 9:30 de la noche, todo el mundo corrió a su casa. No escuché música y menos campanas que anunciaran el gozo de la celebración de la Reina Patrona de Acaponeta.
Platicando con un buen amigo, comentábamos sobre este particular y cómo es que la iglesia ha cambiado en esta ciudad. Me decía que extrañaba la forma que en que los sacerdotes estaban muy cerca de la gente, tanto que la animaban e impusaban a la participación dentro de la congregación. No dejó mi amigo de expresar su admiración por Monseñor Don José de Jesús Valencia Quintero, que supo llegar al pueblo y obtuvo la colaboración de este para la magna obra del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y otros templos en muchas comunidades, una obra que apenas se puede creer y que nos toca valorar en toda su dimensión. O bien, la insigne presencia de Monseñor Don Jesús Antonio Lerma Nolasco, quien se ganó a pulso y muy merecidamente la admiración de miles de feligreses que se enorgullecían de tener un secerdote de esa calidad en la parroquia. Así como ellos, han transitado muchos más que han dejado un perenne recuerdo en quienes los trataron como sucedió también con el actual párroco de Tecuala, el buen padre Jesús Ulloa Macedo, quien tenía una cercanía muy especial con gente de todas las edades.
Un ejemplo reciente es el padre José de Jesús Enríquez Flores, quien encabezó con éxito la muy necesaria remodelación del Templo Parroquial, para la cual unió a las fuerzas laicas y participativas quienes organizaron actividades y bazares varios para juntar recursos económicos que sacaron adelante los esfuerzos de la autoridad eclesiástica del municipio y las aportaciones del INAH, con la ayuda de muchos. Siempre hubo un sentimiento de unidad y solidaridad. Hoy, lamentablemente eso no se está dando y de ahí que una tradición tan significativa e importante como la fiesta parroquial haya sido un rotundo fracaso que muchos comentaron.
¿Qué está fallando? la verdad no lo sé a ciencia cierta porque no soy una persona que esté cerca de lo que sucede en la parroquia y el ámbito de la iglesia local. Puedo intuir que la cabeza, es decir, el Señor Cura en turno no ha logrado comunicarse e integrarse con la población y he ahí los resultados. Era una alegría oír a la banda y otros grupos musicales a la hora de la misa, muchos anhelaban desvelarse con la misa de alba a las 4 ó 5 de la mañana; o durante las bodas y otros festejos, jamás olvidaremos el piano de Yola Alduenda y sus pajaritos, así como el coro que hasta hace un par de años comenzaba a formarse con éxito. Cuántos de los que hoy son padres de familia pertenecieron con gran gusto al C.E.C. del Padre Lerma y hasta aparecieron en cámara conduciendo sus recordados programas de televisión. Hasta formar parte de los equipos de basketbol era un orgullo y tantas cosas que se organizaban en el llamado "cuadrante", que cayéndose y todo jalaba a la gente, principalmente a la juventud. Hoy escucho jóvenes decepcionados de su iglesia, justo en tiempos en que más la necesitan.
La palabra "tradición" viene del latín "traditio" que significa entregar, es decir, lo que la gente del pasado nos ha entregado. Y los que en la actualidad encabezan la parroquia local, no entregan nada, ni se entregan a la población como hacían antes los "señores padrecitos".
Desde 1580 que se fundó el Templo de la Asunción, quiero suponer que se viene festejando a la Santa Patrona y, aún más, desde que el Emperador bizantino Mauricio, allá en el siglo I de nuestra era, decretó que el día 15 de agosto se celebrara el hecho de fe en que la Virgen se elevó al cielo luego de su muerte; arrancó la tradición que hoy en Acaponeta, va de picada.
Triste llegué a mi casa ese día, porque soy admirador de las tradiciones y más cuando vi por televisión los festejos a la Virgen de la Asunción en otros lugares del país, como la llamada Romería en Aguascalientes; las celebraciones que incluso renuevan la imagen del pueblo en Nochixtlán, Oaxaca o el hermoso tapete de flores que tienden en honor de la advocación de esta Virgen en Huamantla, Tlaxcala o los decorados y gran festejo en Veracruz, cuya catedral está dedicada a esta deidad.
Dice el popular refrán: "no tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre" y quizá eso sucede en la parroquia acaponetense, como nadie dice nada y menos pone manos a la obra, siguen las autoridades eclesiásticas dejando que las cosas vengan y se vayan con más pena que gloria. Es una tristeza.
1 comentarios:
Magnífico artículo Ricardo, buen día.
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