Por: Carlos Humberto Fuentes López
(Primera Parte)
INTRODUCCIÓN
Don David Fuentes Osuna, mi padre,
nació en Huajicori, Nayarit; allí vivió toda su infancia y se inició en la
pubertad, pues al perder a su padre, entre los 9 y 10 años de edad, la abuela
Brígida lo envió a casa de su padrino Don Francisco, quien vivía en el poblado
de Pánuco, municipio de Villa Unión, Sinaloa, él era un hombre que sabía hacer de
todo: desde carpintería hasta fundición, vaciado de metales, mecánica y
herrería. Tenía instalado su propio taller múltiple, y prestaba sus servicios a
la comunidad y a toda la región.
Mi padre fue muy afortunado al contar con
el apoyo desinteresado de un hombre que lo aceptó como un hijo y le transmitió
sus conocimientos y habilidades, logrando hacer de él un hombre de provecho: responsable,
trabajador y honrado.
En su nuevo hogar tuvo todo el apoyo
necesario para aprender varios oficios con qué ganarse la vida y desarrollar su
talento natural. Sin embargo, y como es de suponer, en una tierra extraña sin
familiares, sin más conocidos que su padrino a quien no había visto jamás, y si
acaso fue una vez sería en el bautizo, con la muerte reciente de su padre, la
falta de afecto de su madre y sin la compañía de sus hermanos, los primeros
años la tuvo que pasar muy triste y solitario. Pero logró superar la crisis y
fortaleciendo su carácter se abrió paso en su nuevo ambiente, hasta forjarse en
todo un hombre a muy temprana edad.
Y a pesar de haber sido proscrito de su
hogar materno, continuamente mandaba sus remesas, apoyos económicos para toda
la familia, considerando que por ser él el mayor estaba obligado a darle la
mano a su madre para la manutención de todos sus hermanos.
Este sentimiento comprometido por el agradecimiento
a su madre, lo llevó a velar por ella y estar pendiente de sus necesidades por toda
la vida. Aún recuerdo, que cuando vivíamos en el mineral del Tigre, cada quince
días recibíamos al primo Teódulo Gurrola, que en un burro llegaba para llevarle
la despensa a la abuela, hasta Huajicori. A mí me tocó algunas veces ir a la
tienda de Don Juan Pérez para llevarle las indicaciones de mi madre para que le
surtiera el mandado. Pero no creo que esta ayuda se haya iniciado desde que yo
tengo memoria; posiblemente ésta fue una práctica permanente que mi padre se
impuso para apoyar a su familia.
En ese tiempo nosotros no entendíamos
que aquella despensa de la abuela significara un buen desembolso para mi padre,
por eso le pedíamos a mi primo que nos visitara más seguido, para jugar con él
y mandarle mandado y dinero a la abuela.
Sus
hermanos fueron:
María Inés, Petra, Encarnación, Carmen,
Domitila y Ramona: sus hermanos carnales.
Después de enviudar la abuela Brígida se
unió con Rafael Rúelas, apodado “El Rúelas”, y de esta unión nació Teresa Rúelas,
la menor de todas; fue su media hermana.
Como Rafael trabajaba de panteonero en el
pueblo, y además de flojo y desobligado, era muy borracho, en una ocasión que
estaba cavando una tumba y tomando, salió de pleito con sus compañeros de parranda
por lo que, uno de ellos, le pegó con una pala en la cabeza, y a consecuencias
de esto, él murió poco tiempo después.
LA
FAMILIA FUENTES OSUNA, tiene la siguiente relación de parentescos cercanos,
en el siguiente orden:
Abuela: (La mamá de mi papá)
Brígida
Osuna Patrón. Mujer morena de hermosos ojos
aceitunados, hacendosa, de mucho trabajo, luchadora, hospitalaria y abuela
consentidora. En su casa vivimos algunos años, antes y después de la huelga de
los mineros del mineral del Tigre. En su casa hospedaba y daba asistencia a la
gente de diferentes partes del noreste de la república, quienes iban cada año a
las fiestas de Huajicori. Y todas las noches ponía su vendimia de cena junto a
la plaza del pueblo y frente a la iglesia. A mí me tocó, muchas veces, llevarle
todo lo necesario para instalar su mercado rodante. Donde vendía toda clase de
antojitos mexicanos.
Nació un día 7 de octubre de 1887, en la
ciudad de Huajicori, Nayarit. Murió a la edad de 85 años en la ciudad de
Acaponeta.
Ella nos contaba que en una época de su
vida, viviendo en su propia casa, con sus padres, una de esas noches oscuras,
sin luna, mirando hacia el Norte, y con un cielo despejado, se observaban
muchos resplandores tenues de diferentes colores, y que su padre les comentaba
que era la Aurora Boreal: un fenómeno producido por las radiaciones solares, al
penetrar a la atmósfera.
En otra ocasión nos contó, que tras las
hornillas de la cocina de su casa, en algunas noches, de lejos se miraba un
resplandor como si la leña o las brazas estuvieran ardiendo, pero que al
acercarse se desvanecía la luz. Que esto era signo de que había un tesoro
enterrado en el piso. El tío Maclovio, como era medio ambicioso, le propuso
escarbar; pero que él de inmediato tomaría su parte. Así que ella jamás
permitió que nadie escarbara su cocina, hasta que el fenómeno poco a poco desapareció.
La gente dice que esto pasa cuando en torno al tesoro ronda la envidia, y que
entonces el diablo se apodera de él. Será esto cierto, o no, pero a nosotros
nos encantaba escuchar estas historias de tesoros enterrados, de aparecidos y
hasta de diablos; y mi abuela conocía muchas.
Sus
hermanos:
Manuela (Rubia de ojos azules), Maclovio
(Casado con una cora de nombre Eugenia: Geña, para nosotros, así le decíamos
cariñosamente), Enriqueta (Morena de ojos verdes, viuda de un General del
Ejército Federal), Alfredo (Blanco de ojos azules, siempre vivió soltero y nos
visitaba mucho).
Es el tío Alfredo, el narrador de
cuentos, creo que de él adquirí el gusto por la narración y la escritura. Mis
hermanos y yo lo esperábamos, cada temporada de verano en los minerales donde
vivíamos, para escuchar sus historias y sus fabulosos cuentos…
A mi padre y a mí, el tío Alfredo, nos
prefería mucho y mi mamá y toda la familia se encelaban, porque algunas veces
que pasaba por la casa, de regreso del monte a donde iba a recoger nanchis
silvestres, nos dejaba en un vaso un puñado de este fruto, diciéndole a mi mamá:
–Ñoño, aquí te dejo esto para que les
hagas unas aguas frescas a David y a mi “Dientito Castigador”.
Él me decía así porque yo traía un
casquillo y una corona de oro en los dientes superiores de enfrente, para
cubrir unas caries. Mi madre se molestaba con él porque sólo dejaba lo justo
para dos vasos y discriminaba a los demás miembros de la familia. Y aunque
aquello parecía una provocación, el dejarnos este regalo, aún así de modesto, ello
representaba un gran sacrificio para el tío, pues él vivía de lo que sacaba por
la venta de aquella mísera pepena.
Felipe: El tío Felipe era dueño de una
carnicería en Huajicori; en la época de la revolución lo asesinaron los
Federales, sólo porque decidió regalar la carne a sus clientes, cuando fueron a
exigirle que vendiera la carne de su abasto al mismo precio que un competidor
influyente.
Antonio:
Otro hermano de la abuela, fue también un hombre de mucho carácter: fue campesino
y ganadero.
Todos estos tíos eran hombres bragados,
colmados de valor civil y de
una gran generosidad:
hombres de buena crianza.
Donaciana
y Félix: (La tía Félix), fueron sus medias hermanas; nacidas de una unión
libre de su padre, anterior al matrimonio con doña Francisca (La mamá de la
abuela Brígida).
Félix, fue la mamá del tío Marcos Medina,
del tío Odilón, Anita, Antonieta y Gregoria (Goyita).
El tío Marcos
se casó con la tía Petra Salas, originaria del poblado de las Estancias,
municipio de Huajicori, Nayarit; hija de doña Anita Partida, muy amante de
buscar relaciones (tesoros); por cierto que algunas veces yo la acompañé a
escarbar por las noches, cuando era adolescente.
Hijos
del tío Marcos:
José Ángel, Rodrigo (Higo) y María
(Quita). Con estos primos tuvimos mucha convivencia en nuestra infancia, pues
mi tío Marcos compró la casa vecina de la nuestra, en Acaponeta.
Y cuando estaban en auge los minerales
del Tigre y el Limón, el tío Marcos y su familia vivían en el rancho de las
“Piedras Gordas”, casi al empezar los llanos de “Caramota”, como a medio camino
entre Huajicori y el Tigre. Muchas veces
llegamos de paso a visitarlos, ya fuera de ida o de regreso de la cabecera
Municipal. Y cuando recorríamos esa ruta siempre llegábamos a bañarnos en el
arroyo del “Gejito” y a almorzar en el arroyo del “Agua Caliente”.
Como siempre que salíamos iba toda la
familia, mis padres nos montaban en un burro, dentro de unas cajas grandes de
madera, creo que eran empaques de latas de petróleo. En una ocasión encontramos
por el camino a un señor que, viendo los cajones, nos preguntó con mucha
curiosidad:
–¡Oiga, señor!... ¿Qué venden? –y como a
mi madre no le agradó para nada la pregunta, y siendo muy hábil para los
sarcasmos, le respondió de inmediato:
–¡Muchachos! ¿Cuántos quiere? –el sólo
soltó la carcajada, agachó la cabeza y continuó su camino. Y nosotros también
nos empezamos a reír, celebrando aquel incidente del camino.
(Continuará...)
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