Por:
José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
DE CHILE: Sigue vigente —aunque sea algo que sucedió hace ya cinco siglos— el absurdo pleito entre México contra España —“relaciones en pausa”, dijo el ahora ex presidente—, originado por el primero, y más que nuestra nación, provocado por la ignorancia histórica de un tipo, Andrés Manuel López Obrador, quien se creyó, por el solo hecho de ser el mandamás de la república, un sabelotodo que, por supuesto, incluyó el tema de la historia nacional, a su gusto y parecer, por supuesto, todo a favor de la mentada transformación de cuarta.
Productos de esta “sapiencia” y necedad ha sido un daño serio a las relaciones diplomáticas entre ambas naciones, y aquí sus “logros”: el cambio de nombre a una calle significativa de la capital del país, como fue “Puente de Alvarado”, rebautizada ahora con el demagógico nombre de calzada “México-Tenochtitlán”; el viejo y vejado ahuehuete que por siglos se llamó "el árbol de noche triste", hoy lleva el mamón nombre del "árbol de la noche victoriosa". También, la desaparición de la emblemática estatua a Cristóbal Colón, el cual estaba acompañado —uno en cada esquina—, por Fray Bartolomé de las Casas, Fray Juan Pérez Marchena, Fray Diego de Deza y Fray Pedro de Gante; monumento que desde 1877 se instaló en la Ciudad de México y, ya en su glorieta sobre el Paseo de la Reforma desde el año de 1883. Es decir, AMLO y la Sheinbaum, siendo jefa de gobierno de la CDMX, enviaron 143 años de historia a la basura, con el absurdo de que España había destruido y saqueado a México hace cinco centurias.
Lo que no saben estos zafios,
es que, en 1521, cuando cae la gran Tenochtitlan, no existían como tales, ni
España, ni México. Recuerden que, en 1492, cuando llegó Colón a lo que ahora es
América, el viaje y la aventura fue financiada, no por España, sino por los
reinos de Castilla y Aragón.
He comentado ya, en alguna ocasión, que siendo su servidor un niño de cuarto o quinto de primaria, la maestra de inglés —ni siquiera era la de historia— “nos enseñó” —de chiquillo, uno no le alega a los maestros, que se suponen son los que saben— que los españoles, “gachupines” les llamaba ella de manera despectiva, habían sido lo peor para “nosotros los mexicanos”, expresaba la docente siempre con odio, que los “gachupas”, nos habían quitado la lengua, la religión, destruyeron “nuestra” arquitectura, entre otros malhadados hechos que mucho dolían a la profesora. Años después, reflexionando, ya no como niño sino como adulto, lo que nos había dicho la preceptora, le preguntaría hoy: “a ver maestra… ¿nos quitaron”, nos destruyeron”. ¿A quiénes? Simple y llanamente: ¡No éramos mexicanos, no existíamos, por lo que no nos quitaron ni hicieron nada! Los mexicas o aztecas, no eran mexicanos como hoy nos concebimos; eran mexicas y odiados por todos los pueblos originarios de la región, por ser un imperio cruel. La profesora no hablaba náhuatl, ni adoraba a Huitzilopochtli, ni vivía en un teocalli. Que lo entiendan la maestra, AMLO, Sheinbaum y la infinidad sus seguidores que todo le creen: los mexicanos de hoy, estos del siglo XXI que aquí radicamos, somos la mezcla de dos razas: la aborigen y la europea, es decir, somos la inmensa mayoría mestizos. ¿Por qué entonces Andrés Manuel López Obrador, no se cambió su nombre español?
No voy a cuestionar lo que hoy sabemos a ciencia cierta, lo que sí sucedió. Los españoles de ese entonces, habitantes del siglo XVI, fueron crueles y traían la actitud de todo conquistador y sí, los invasores, no de un país que no existía, sino de un territorio desconocido, se dedicaron a asesinar, violar, humillar y saquear, en este caso el producto de las minas, especialmente oro y plata, para llevarla a España y entregar a un rey hiperpoderoso como era Carlos I de España y V de Alemania, aquel que en sus dominios no se ponía el sol.
Sí, destruyeron pueblos y ciudades, lo mismo Tenochtitlan por Hernán Cortés, que Aztlán, de estos rumbos hoy nayaritas por Nuño Beltrán de Guzmán. Ellos, trajeron de Europa la peste que arrasó con la población y, en efecto, les arrebataron a los pobladores aborígenes su lengua, su religión y, lo peor, su libertad. Todo eso, inhumano y bárbaro, no se discute.
Lo que no podemos aceptar, es que Claudia Sheinbaum, le siga el cuento
a su antecesor, quien en loca ocurrencia, le pidió al rey Felipe VI de España,
que se disculpara en una ceremonia binacional, por lo que hicieron hace más de
500 años, sus ancestros, que el actual monarca, en representación de Carlos I,
quien reinó en la edad media, nos pida perdón por los hechos que aquí se
cometieron. Es ridículo y por supuesto, los españoles de hoy, no aceptarán…dijera
alguien por ahí, hacerles caso a pendejos, es engrandecerlos.
DE
DULCE: Fueron seis años en los cuales Andrés Manuel López
Obrador, tuvo como principal función u objetivo, dividir y polarizar al país.
Con millones de mexicanos que hicieron de su política un objeto de veneración y
de sus acciones gubernamentales un ejercicio de fe, los que disentíamos de esas
metas lopezobradoristas —muchas de las cuales no fueron más que perjudiciales
ocurrencias— y alzábamos la voz o hacíamos justo reclamo, fuimos siempre
agredidos por esa numerosa feligresía, muy parecida a las “tropas de María”.
En infinidad de ocasiones, y a pesar de que muchas veces reconocí que su servidor había votado por AMLO, me llamaron “priista” como si ese hubiera sido un gran pecado —nunca recordaron que su pastor, lo fue— y hasta me conminaron a usar vitacilina en la parte donde la espalda pierde su honorable nombre y toma forma de asterisco. Me acusaron de querer ver el regreso del PRIAN y no pocos fueron los que me gritaron en las “benditas redes sociales”, que yo solo criticaba porque había perdido “mi chayote”. Me echaron en cara que yo --alegremente por cierto-- cobraba la pensión de los viejitos y que por eso era un redomado hipócrita.
Por supuesto, todos ellos, files seguidores de la diaria matiné
que, desde palacio nacional, el ahora ex presidente ofrendaba su misa y
ampliaba su culto; dirigían hacia mi persona, alguno de los adjetivos que su
macuspana majestad soltaba a sus adversarios cotidianamente: fifí, neoliberal,
racista, clasista, conservador y hasta traidor a la patria. Nada de eso soy,
pero así me salpicaron los mensajes consuetudinarios del mandamás tabasqueño.
Es claro que nada de eso me preocupa, lo que si me altera y me causa pánico, es que la nueva presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, siguiendo la línea de su preceptor, dio por incluir en su agenda, las diarias, tristes y aburridas conferencias de prensa, que ahora, en la nueva administración federal, llevarán el demagógico nombre de “Mañaneras del Pueblo”, donde se tocarán temas, que a mi parecer serán tediosos y soporíferos como: “vida saludable” —espero que no los conduzca Tarugo López Gatell; “humanismo mexicano y memoria histórica” —que supongo serán clases de historia al más puro estilo de la transformación de cuarta—; “mujeres en la historia”, “suave patria” y, lo que me da idea de que las flamantes mañaneras claudistas, serán más de lo mismo, es que los miércoles darán espacio a un segmento que se llamará “detector de mentiras” tal como hacía López Obrador, poniendo al frente a aquella pedante, ignorante y terrible lectora que era la señorita Vilchis. A mi juicio este sainete es el mismo infierno, pero con diferente diablo. Veremos y diremos, aunque nos receten vitacilina.
DE MANTECA: Celebramos recientemente los 494 años de la fundación de Acaponeta. Coordinadamente con el ayuntamiento, a través de la Casa de la Cultura “Alí Chumacero” y su nuevo director, Dr. José Inés Guillén Mayorquín y la Junta Vecinal de Acaponeta A.C., para recordar aquel momento del contacto que se dio entre pobladores de esta región y españoles, lo que dio un giro de 180 grados a la vida diaria de todos los involucrados.
Mencionamos en tan interesante acto público, que existían historiadores, muy enojados, que niegan que Acaponeta haya tenido una fundación en forma u oficial, porque no existe una cédula real que viniera de Europa firmado por el mismísimo rey español en turno. ¿Qué era eso? En la época colonial, la Real Cédula era un despacho del rey de España que se expedía a través de un consejo o tribunal superior. El contenido de la Real Cédula podía ser: resolver conflictos jurídicos, establecer pautas de conducta legal, crear instituciones y por supuesto, pueblos o ciudades; nombrar cargos reales y otros.
Acaponeta, nunca tuvo un documento como esos, “autorizando” su fundación. Por ello, cuando nos dimos a la tarea de buscar una fecha de fundación de Acaponeta, que incluyó por supuesto la participación de nuestro cronista municipal vitalicio Don Néstor Chávez Gradilla y la opinión de expertos en la materia como los historiadores Pedro Luna Jiménez, Oscar Luna Prado, Raúl Andrés Méndez Lugo y Gregorio Miranda Navarrete, a los que trajimos a una sesión pública en la Casa de la Cultura, se decidió, posteriormente, que, si tomamos en cuenta que la palabra “fundación” veremos que proviene etimológicamente de la palabra latina “fundatio” que es la acción o efecto de establecer una ciudad, una empresa o un edificio —de “fundus”: base, fondo o heredad— entonces, con la llegada de Nuño Beltrán de Guzmán en 1530, que venía de arrasar Aztlán y padeció los efectos de fuerte inundación, lo que le llevó venir a refugiarse a Acaponeta, provocó que la vida de todos los involucrados cambió sustancialmente la historia de nuestro terruño.
A partir de ahí, tenemos
un parteaguas: por un lado, la época prehispánica y, por el otro, la nueva era
ahora colonial. Los europeos que aquí llegaron, por lo menos construyeron, así
sea con palos y hojas de palma, un minúsculo santuario en honor a su dios, y
algunas rústicas viviendas para guarecerse del clima. Ahí hubo una fundación. ¡Nos
saludamos en la próxima entrega amigos!
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