viernes, 8 de junio de 2012

REMEMBRANZAS...CASI UNA AUTOBIOGRAFÍA (9a. parte)




Por: José B. Algarín G.

NACE MI PRIMER HIJO...PEPE

Con la ayuda económica de mis Padres, pude internar a mi querida esposa Betty, al Sanatorio Guadalajara, por cierto uno de los mejores en aquel tiempo, y llamé a mi queridísimo Maestro El Doctor CARLOS RAMIREZ ESPARZA. Quien de inmediato se hizo cargo de la atención del parto, y estaba mi querida amiga y compañera Consuelo Gutiérrez (todavía no de Contreras) haciendo su servicio social complementario (¿así se llamaba?) en dicho Sanatorio, de tal manera que mi consorte estaba en muy buenas manos.

Nace Pepe, y mi orgullo era llevarlo a tomar una clase que todavía nos impartían en el Aula Magna, a la entrada de nuestra querida Escuela de Medicina.
Al salir de la clase, mi compañero y paisano Jesús Gómez de los Ríos, prácticamente me lo arrebató, y lo zarandeaba, de tal manera, que mi pequeño de escasos días de nacido, volaba de mano en mano, con la angustia que se imaginaran de mi parte, pues Chuy, se lo aventó al “Ciego” Rentaría que afortunadamente lo cachó en el aire.
No lo volví a llevar...


AL SERVICIO SOCIAL...

Betty, se refiere a esta época de mi vida, con “nos fuimos a hacer nuestro Servicio Social”, así , en plural, pues fiel compañera, no se quiso quedar en la comodidad de lo que había sido su casa paterna con su familia  en Guadalajara, sino que siguiendo a su “Rey” (yo) nos embarcamos en esa nueva aventura.
Por relaciones amistosas de mi papá, conseguí con el Dr. Antonio González Guevara, jefe de los Servicios Coordinados de Salubridad y Asistencia en el Estado de Nayarit, hacer mi Servicio Social en una ranchería llamada Quimichis, del vecino municipio de Tecuala que colinda con Acaponeta. Aproximadamente a 30 Km. de mi casa paterna.

Permítanme hacer un breve bosquejo de este pequeño poblado que aproximadamente en aquel tiempo tenía una población de un poco menos de 2,000 habitantes, y un poco mas de 6,000 a 8,000 perros (no es exageración), pues cada casa tenía de tres a cuatro perros, que eran mi preocupación cuando iba a una consulta a domicilio, pues a pesar de ir acompañado por algún familiar de un enfermo se nos echaban encima, ladrando y queriendo probar buena carne del que escribe.
Opté por llevar en una mano mi maletín de médico, y en la otra un gran cinto que compré a ex profeso.
Dado mi carácter simpático, jovial, bromista, abierto, agradable, en suma era en aquel tiempo, una “monedita de oro” pues a todo mundo le caía bien (Apreciación personal, claro está).
No tardé en hacer amigos, y pues a servirle a la comunidad, aun cuando nunca o casi nunca me pagaban mis servicios. Ni me preguntaban, pero no me faltó qué comer para mí y para mi familia, pues quien no me llevaba un pollo, me llevaba algo. Seguía por supuesto con el apoyo económico de mis padres.

Debo aclarar que Betty me ayudaba en todo, desde atender un herido, un niño picado de alacrán, un parto (ella me ayudaba dando Trilene a las parturientas), curar a mis pacientes que yo ya había suturado por alguna herida. Y en ocasiones a espantar perros cuando iba a una “reconsulta” y que yo ya sabía el camino para llegar.
En una ocasión, fui llamado a ver un pequeño niño que había nacido prematuro, pues su mamá en el séptimo mes de embarazo al despertar se había encontrado en su abdomen enroscada una gran víbora, una boa. Por supuesto que se le adelantó el parto. Niño al que Betty le improvisó en su casa, en una jaba de madera una cuna a la cual le añadió un foco para darle calor al pequeño niño, ¡quien sobrevivió!
Betty enseñó a la mamá a darle de comer con gotero a este pequeño personajito.
Renté una casa de material (pues la mayoría de las casan eran de palma y barro) a un amigo de mi papá, mueblero; nos prestó un pequeño ropero, y mi esposa, con jabas de jabón, o no sé de qué, armó un pequeño buró con su respectivo tocador (un espejo chico en la pared).
Don Agustín, me prestó un marco de cama para yo tejer a mano con mecatillo adonde iría una colchoneta y hacer una no muy cómoda cama, por un lado una pequeña cuna que mi papá le había comprado a mi pequeño hijo Pepe.
Y en el patio, a más de 30 metros un escusado de caja de madera, y en el  mismo patio en el centro, una noria, no había baño. Para bañarnos era a la intemperie, a baldazos que sacábamos  de la noria, por cierto una agua muy “dura”, no hervía el jabón. Me decía Betty (quien por cierto nunca se quejó de todas esas incomodidades) que quedaba peinada “como de salón.”
Uno de mis primero amigos que hice en Quimichis, un hombre de mediana edad, y con mucho “peso especifico” pues pesaba mas de 130 kilogramos, a quien le debo mucho, pues me prestó una bicicleta para hacer mis consultas a domicilio, y así evitaba en parte la agresión que sufría con los perros que no me querían.
Y a propósito de estos canes tan mencionados, fue precisamente en una consulta a casa de mi amigo Rosendo Hernández, dueño de la bicicleta, que en ausencia de él, su esposa me mandó llamar y de inmediato me trasladé a su casa, dejé acomodado el vehículo aquel y  al dar el primer paso para entrar a su casa un enorme perro, de raza indefinida me agarró de mi tobillo, con su gran hocico, no con el intento de morderme sino como medida preventiva, y gruñendo de tal manera que realmente me asustó. Al fondo de la casa vi a la señora lavando tranquilamente,  ella ya se había dado cuenta de mi presencia, y yo, gritándole ¡Señora...Señora..! ¡su  perro me va a morder!.
Ella tranquilamente me respondió: No tenga miedo médico, no le hace nada ...¡Está capón!...de inmediato le contesté; Señora ¡No tengo miedo de que me viole sino de  que me muerda...!
En otra ocasión me mandó llamar el mismo Rosendo Hernández, dueño de la bicicleta, y como dije gran amigo mío, a que fuera a su rancho, que esta a una distancia de dos kilómetros aproximadamente de Quimichis, raudo y preparado a todo, pues el tenía varios trabajadores en su rancho, cogí mi maletín, y en unos cuantos minutos a pesar del intenso calor que hacía por allá, llegué, y al no verlo en lo que era la casa del rancho, empecé a llamarlo a grandes voces, contestándome en un cobertizo donde estaba atendiendo el parto de una vaca muy querida para él. El becerro venía “atravesado”, y mi llamada fue para auxiliarlo.
En principio no creía lo que me decía, pues se refería de esta manera. ¡Ándale vente a ayudarme!...Poniendo cara de incredulidad, le contesté, ...Oye Rosendo, el hecho de que te cure a ti, no me hace ser veterinario...Mira, me contestó, pues ya viniste, y te voy a pagar, así que no me pongas pretextos y ayúdame...¡y así lo hice!

El poblado de Quimichis tenía una plaza, y en el centro de ella un Kiosco, en donde cada domingo un grupo de músicos tocaban melodías, ya se imaginaran de que tipo, eso alegraba en parte a la población que los escuchaba.
En ese grupo musical tocaba la corneta un amigo mío llamado Gabino, que también era el presidente de la Cooperativa de pescadores quien me surtía de camarones y ostiones (de los buenos, de aquellos ayeres) dos a tres veces por semana. Siendo yo el médico oficial de dicha Cooperativa pues era lógico que fuéramos grandes amigos.
Era mal hablado como la mayor parte de la gente de esos rumbos y conmigo se llevaba siempre a puras malas palabras, era así natural su manera de expresarse.
Yo tenía mi “consultorio” precisamente enfrente de la pequeña plaza y pues queriendo o no me tocaba escuchar aquellas campiranas melodías.
En una ocasión en que la “orquesta” estaba en todo su apogeo, y yo, sabiendo  que en  una determinada parte mi amigo Gabino tenía que hacer un solo de corneta (la pieza a la que me refiero era “El niño perdido”), quise probar lo que yo había estudiado provocando un reflejo condicionado del sabio ruso Pavlov.
Y en el momento que el inició su actuación, y estando yo a escasos 20 metros del ejecutante, me exprimí con visible notoriedad medio limón en mi abierta boca, y haciéndolo y el viéndome, se le produjo una sialorrea  (producción abundante de saliva) de tal manera que las notas emitidas por su corneta rápidamente vinieron de más a menos y acabó por no poder continuar. ¿Buena broma...o no?
En otra ocasión un joven, clasificado como que era muy “maldito” pues se rumoraba que debía una muerte y por ese motivo siempre portaba una pistola, misma que la hacia lucir intencionalmente, se “mal fajaba” para hacerla mas notoria. Total, que yo traía manejando un Jeep, y ya para salir rumbo a la carretera, acompañado de mi esposa Betty en la ultima calle, me hizo una seña, casi una orden de que me parara , así lo hice,  me pidió que lo llevara al crucero, distante unos cuatro kilómetros de ahí, de inmediato le dije que sí que con “todo gusto”. Llegamos al mentado crucero y de inmediato se bajó, haciéndose a un lado de la carretera, como tratando de cubrirse o protegerse.
Yo también me bajé para revisar una llanta, quedando él y yo a una distancia de cuatro a cinco metros, y se le ocurrió preguntarme que cuanto me debía, y yo sin medir mi respuesta, pues le dije... Un balazo, decirle yo esto y el sacar su pistola y disparar a escasos 20 centímetros de mis pies, fue uno.
Sin más se retiró hacia el monte, y yo para regresar al Jeep, me resbale dos veces...¡Ya se imaginarán cómo se puso Betty en este trance!
Atendí de parto a una señora vecina nuestra que con ese embarazo eran ya seis de familia, esposa de un campesino que por efecto del sol tenía un bien tostado rostro, y ella no era ninguna beldad blanca, sino más bien tiraba a ser un “poquito” oscura de su piel, así que el producto, un robusto niño de casi 4 kilos de peso, pues era de un color “prietito”, tirando más bien a negrito, nació, como todos los bebes, hinchado, y con los párpados abotargados, total que para mí, parecía un “Ajolote”.
La señora de nombre Hermelinda, me pidió en nombre de su esposo y ella, que Betty y yo lo bautizáramos, es decir, ser padrinos de dicho niño, llegando a mi casa le comenté a Betty sobre las intenciones de la señora y Betty, por supuesto aceptó. Le dije que al niño su mamá le decía “Ajolotito” de cariño, cosa no cierta, pues yo había sido quien le puso ese no tan bello apodo. Seguí atendiendo a mi vecina y estando próxima la venida de un Sacerdote, por cierto amigo mío, pues era inminente el bautizo y la respectiva fiesta.
Ella salió a la calle por primera vez después de guardar religiosamente 40 días de “reposo”, con la respectiva mortandad de un pollo diario para su dieta de “cuarentena” y nos encontró a Betty y a mí. Como Betty ya sabía se le ocurrió, decirle, Señora Hermelinda: ¿cuándo bautizamos al “Ajolotito”?. Ella extrañada, le contestó, que ¿por que le decía así?  Pues el único que le decía de tal mote, no en presencia de la mamá, era yo, y así me refería al niño cuando platicaba con Betty. Ya se imaginarán la turbación de Betty, al no parecerle bien a la mamá del niño que lo hubiera llamado así.
¡Algunas personas no aguantan nada!
Unos amigos me invitaron a cacería, dizque de venados, y la salida era en la noche, me fui con ellos a caballo, bastante lejos, pues tardamos más de una hora en llegar al lugar, que según ellos era el adecuado para dicha caza, y me dijeron; médico quédese aquí, por ese arroyo van pasar, pues nosotros iremos a buscarlos, se los vamos a “arriar”, y el paso obligado es por aquí, no se mueva y espere. Y ahí me tienen en medio de la nada, en un pasto que ellos llaman “rastrojo” (lo que queda después de la cosecha de maíz). Hacía una luna llena, y me prestaron un rifle calibre .22 de un solo tiro y un reflector. Pasaron los minutos, las horas, y por ningún lado apareció ningún venado.
Com a media noche empecé a oír gruñidos, y después lúgubres aullidos, y al enfocar mi linterna, me vi rodeado de coyotes, era una manada de 10 a 12, y vaya susto que me saqué, todavía recuerdo con miedo como se iban acercando a mí, lo único que se me ocurrió fue disparar en varias ocasiones mi rifle, sin apuntarle a ninguno de ellos, para fortuna mía llegaron los que me habían invitado, y ellos también hicieron varios disparos, con buenos resultados, pues los mentados coyotes se fueron tal como llegaron, sin hacer ruido. Nos regresamos de inmediato, lamentando no haber cazado ningún venado.
Llegué a mi casa donde con preocupación Betty me esperaba, me acosté de inmediato pues llegué bien cansado. Esa noche no pudimos dormir pues tanto Betty, como yo empezamos a sentir piquetes en todas partes del cuerpo, y al examinarnos uno al otro encontramos una gran cantidad  en mi cuerpo y en el de ella unos pequeños animalitos que se llaman güinas, de tal manera que a esa hora nos tuvimos que dar un baño caliente, pero ni así pudimos quitárnoslas. En cuanto amaneció fui a comprar una pomada garrapaticida, la cual nos aplicamos profusamente, dicha medicina veterinaria por fin mató a estos ácaros dañinos. No volví a aceptar ninguna otra invitación a cacería.

(Continuará...)

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