Por: José Ricardo Morales y Sánchez
Hidalgo
Hace
algunos años, fui testigo de algo que sucedía en los almacenes de combustibles que
a un costado de las vías ferrocarril existen aquí en Acaponeta. Había un chofer de pipa, si mal no recuerdo
al servicio de la gasolinera del Dr. Castillo de aquel entonces, que a diario
que llegaba a la planta a cargar diesel o gasolina, tenía que echarse en
reversa e invariablemente, pegaba con el espejo retrovisor en un muro,
rompiendo el cristal en pedazos. Esto era lo rutinario. El chofer risa y risa
bromeaba con todo el mundo sobre el incidente que no fallaba. Espejo por viaje
y yo pensaba que quizá lo hacía a propósito, pues aquello era demasiado.
Finalmente, el Dr. Castillo supongo, le comenzó a cobrar los espejos y santo
remedio, nunca más se quebró otro.