Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
Recuerdo que en el año 2009
sepultaron en esta ciudad de Acaponeta, al Sr. Antonio Maldonado Ureña, quizá
su nombre no nos dice mucho, porque todos lo conocíamos como “el cuetero”,
personaje que se dedicaba a la elaboración de toda clase de artículos
relacionados con la pólvora y los fuegos de artificio, lo mismo un atractivo
castillo, que un bombillo para asustar viejecitas y alegrar a la muchachada.
Con la muerte de Don Antonio; el “cuetero” pues, se va también un oficio
milenario que comenzaron los chinos en épocas ignotas y que de alguna manera
continuó este personaje al que, en esa ocasión, dijimos adiós para siempre.
Seguramente
tendría “el cuetero” un sinfín de anécdotas y recuerdos, que nadie nos
preocupamos en rescatar, en sacar de la memoria, situaciones de susto y risa
como el castillo que se derrumbó durante las fiestas patronales de la Asunción
también hace algunos ayeres, que si bien, revistió mucho peligro, también dejó en los
asistentes una grata sonrisa, porque son simplemente “cosas que pasan” y
seguramente entre los muchos niños que ahí estaban, un recuerdo que habrán de
narrar por años a los demás. Mis hijos que por ahí estaban lo hicieron.
Desgraciadamente, Don
Antonio vivió los últimos años de su vida sabiendo que nadie continuaría su
obra y conocimientos, ya que el único que se interesó en esa labor, fue su
nieto Juan, quien desgraciadamente falleció en un lamentable accidente donde
estuvo involucrada la pólvora, recordándonos a todos, que este oficio tiene un
gran riesgo y debe manejarse bajo condiciones especiales, como un polvorín y
permisos difíciles de obtener por parte de las autoridades.
Así como ya no hay –hasta
donde sabemos-- quién se dedique a la elaboración de juegos pirotécnicos en
Acaponeta; los demás no debemos olvidar la importancia de estos oficios
artesanales y recordar lo que han significado para la cultura local los
castillos en las fiestas patronales, los toritos amenazando con llevarnos entre
las patas y las luces quemantes, las silbadores, palomitas, escupidores y
brujas, que sin bien hoy prohibimos a nuestros hijos, ayer disfrutábamos
enormemente y la verdad es que no hay fiesta que se precie de serlo si no lleva
cohetones que rompen el cielo y el sueño de los que descansan, a pesar de que
en ratos nos causan mal humor por la tronadera infame con se sueltan a veces,
como sucede en los meses de diciembre y en esos días de la Asunción, la
Guadalupana y en la Coronación de la patrona hace unas semanas y son la peor época del año para los perros y otras mascotas que tiemblan de terror ante la tronata.
Así entre tronidos se
llevaron a Don Antonio “el cuetero” a su última morada y con él a un oficio que
ya nadie sigue en la ciudad, por lo que ahora habrá que importar estos
elementos de otras latitudes, como Tuxpan o Ruiz, que siempre ha competido en
el ramo con Acaponeta y que seguramente tiene su propio “cuetero”.
Desgraciadamente así como
ese oficio murió, ya casi no hay talabarteros, herreros, artesanos, alfareros, piñateros, tortilleras a mano, incluso curanderos y
otros, que en algún bendito tiempo eran parte fundamental de la cultura
acaponetense. Pienso que esto se debe a varias causas, primero la gran
facilidad que existe hoy para ingresar a la universidad, lo que provoca en el
joven, la perspectiva de mejores oportunidades de trabajo al término de sus
estudios. Otro motivo, sin duda más preocupante, es que los jóvenes aprendices,
sienten vergüenza de tener un oficio como estos, puesto que la televisión y el
internet, al cual acceden con facilidad, les muestra modelos a seguir, que poco
o nada tienen que ver con nuestra cultura, y la cual se menosprecian
actividades tan valiosas como las mencionadas.
Por supuesto hay un manifiesto
desinterés por parte de la juventud sobre estos temas, y se ocupan en cosas a
los que ellos le dan gran valor, incluso situaciones muy negativas como la
vagancia, el consumo de drogas o alcohol, el acceso a pandillas e incluso,
formar parte del crimen organizado ya que las ganancias ahí son muchas y el
dinero “fácil” –que no es tan fácil—les llenan los bolsillos a diferencia de
los oficios donde hay que batallarle más.
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