Por:
José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo
En alguna ocasión comenté
que en una plática entre amigos mexicanos se hallaba presente un argentino; los
nacidos en la tierra del nopal y la tuna, parecía que estaban enfrascados en un
debate para ver quien hablaba más mal de México: que si el presidente y los
políticos tenían arruinado a la nación; que si la flojera e ignorancia que nos
caracteriza nos hace del tercer mundo; que si Virgen de Guadalupe nos había
abandonado por ser todos elementos gachos; que si Aguirre, en ese entonces
seleccionador nacional y su triste equipo eran una vergüenza, que si la mujer
más horrible del mundo, era la causante de la pésima educación que sufrimos
todos; que si el crimen organizado, que si Carlos Salinas de Gortari, que si el
Peje, que si los panistas, que si los priistas, que si patatí, que si patatá.
Al final todos coincidieron que México era un desastre, nadie, repito todos
mexicanos, se tocó el corazón para dar una cal entre tantas de arena.
El
argentino, que repito, se encontraba ahí invitado por otro, los dejó hablar y
al final les comentó que para él, este país era maravilloso y que a él le debía
la vida. Explicó que años atrás había tenido un accidente carretero en un
paraje despoblado, que la situación había sido muy grave; y él y su familia,
estuvieron en inminente peligro de muerte; el "ché" comentó que no
sabe cómo, pero de todos lados comenzaron a llegar personas dispuestas a
ayudarlos, no solo a chismear y verlos desangrarse, sino sinceramente a
colaborar, y que en segundos, todos, él y su familia, estaban arriba de una
ambulancia rumbo a los servicios de emergencia, hasta de la nada salió una
señora y les ofreció un crucifijo, pues la ayuda divina no debe menospreciarse;
grupos de hombres, los sacaron con herramientas hechizas de los fierros
retorcidos del vehículo; dijo el argentino que incluso alguien les ofreció pan
de dulce a los niños, dizque para el susto.
Total, fue en ejemplar trabajo en
equipo, fraternal y muy humano que salvó la vida, en México de un extranjero
para ellos desconocido. Por eso, dijo el pampero: amo a México, pues en
Argentina, me familia y yo hubiéramos muerto, pues no existe esa solidaridad.
Esto me llega a la mente,
por lo que de manera curiosa me sucedió hace unos días abordo de un autobús con
destino a la ciudad de Tepic y que me indica que los habitantes de esta tierra
cora son generosos también. Íbamos todos los viajeros viendo un película, muy
buena por cierto, donde en un escena, y la remarco porque es importante en este
comentario, un joven adolescente se le pasó de la hora que regularmente marcan
los padres a sus hijos para llegar a casa y desesperado corre detrás de un
camión urbano en ruta hacia su vivienda, sin embargo, aunque llegó a las
puertas mismas del vehículo, el chofer, muy mala leche por cierto, no solo no
le abrió las portezuelas, sino que aceleró dejándolo al chico a su suerte en
medio de la calle y de la noche.
Minutos después de esa
escena de la película, el camión donde veníamos, paró para bajar pasaje en uno
de tantos cruceros que hay entre Acaponeta y Tepic. Un señor, ciertamente
apurado pidió permiso "para tirar el agua" --así lo expresó--, a
pesar de que no había baños en medio de la carretera, aunque eso sí, mucho
monte y unos trailers estacionados que ocultaban la acción del necesitado.
Pero sin duda, el resto que somos mayoría vivimos como los que salvaron al amigo argentino o el chofer que permitió en su camión lo que amablemente le solicitaban. ¿Usted que opina?
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