lunes, 4 de diciembre de 2017

EL CERRO DE LA GLORIETA



Por: José Ricardo Morales y Sánchez Hidalgo

El diccionario define a “glorieta” como una plazoleta en medio de un jardín. No es actualmente precisamente eso, pero tal vez lo fue. Sobreviven ahí algunas bugambilias y otras plantas aisladas de ornato que hace años plantaron para hacer de aquel espacio –una plazoleta--, un agradable jardín, una glorieta pues.


Casas muy antiguas de Acaponeta, hoy en el abandono


Hoy, “La Glorieta” le ha dado nombre a todo un promontorio que bien podemos llamar cerro: “El Cerro de la Glorieta” y, sin duda, ha tenido su importancia. Casi pudiéramos decir que ahí nace el Acaponeta actual, ya que en el siglo XVIII la población quedaba en la margen contraria del río, la izquierda para más señas, sufriendo constantemente las crecidas del mismo, haciendo que los franciscanos construyeran un raquítico templo en las faldas del ahora Cerro de la Glorieta, allá en el muy lejano año de 1757, apiñándose el caserío alrededor de él y extendiéndose hasta lo que hoy es el barrio bravo del Terrón Blanco. El historiador y cronista municipal Don Néstor Chávez Gradilla, en sus textos sobre la historia local nos dice que en ese año, siendo Alcalde Mayor Francisco de Haro y Bracamontes, conjuntamente con los “Guardianes Franciscanos”, los frailes Fr. Blas Martínez, y Fr. José Valdéz, cambiaron de sitio a la población a las faldas de este promontorio.

Calle O´Connor en la ladera poniente del cerro


Ya en el siglo XIX, las autoridades eclesiásticas de Acaponeta para ahí construir un templo dedicado a Nuestra Señora de Guadalupe, y habiéndolo adquirido legalmente, le quitaron la punta redonda al otero aquel, para dejar una meseta plana, como la conocemos hoy en día.

Actual meseta en la punta de cerro, con su adoquinado y cancel de acceso


Los restos que pudiera haber de aquellas construcciones los desapareció para siempre la modernidad con la llegada de “la punta de fierro”, el ferrocarril de la South Pacific, que desgajó la ladera sur del otero, por donde actualmente cruza la vía del tren. No está de sobra mencionar que ese material que se quitó al cerro para permitir el paso de los rieles del tren, se utilizó para desecar y rellenar una gran laguna que abarcaba desde el cerro hasta lo que hoy es la Maseca, y construir sobre ella, la estación del ferrocarril.
Natural refugio en tiempo de inundaciones, el Cerro de la Glorieta ha escuchado lamentos de los damnificados desde tiempos muy remotos. Sin embargo, también ha escuchado la bulla de cantos y música que hacían bailar a un sinnúmero de parroquianos que se aventuraban a subir la colina sabiendo que la recompensa se hallaba en la cima en forma de heladas cervezas bien heladas en el bar o cantina que regenteaba el Sr. Heriberto Pimienta Sánchez, quien por cierto era medio hermano del General Juventino Espinosa Sánchez. Este Señor Pimienta, popularmente conocido como “El Güero”, en algún momento a finales de los años 20 sirvió de mediador entre las fuerzas militares y los alzados que comandaba el legendario Porfirio “El Pillaco” Mayorquín, jefe local de los cristeros.

...el cerro se desgajó para permitir el paso del ferrocarril...


Pues bien, “El Güero” Pimienta era el encargado de aquel local que desde esa elevación, enviaba a más de un ciudadano laderas abajo entre risas, maldiciones, tumbos y pleitos que provocaban los humores y altos consumos de las bebidas espirituosas que se ofertaban en las barras de unas ricas y finas maderas colocadas frente a espejos elegantes de la contrabarra que orgullosos de alzaban en el antro mencionado. Hay que decir, que ese lupanar era propiedad de un Señor Juan Meza, quien a lo largo de toda la costa había montado billares y cantinas compitiendo con el Sr. Francisco Jaime de igual “oficio”.

Quizá lo que hoy es la capilla, ayer fue un escandaloso antro de mala muerte

Como muchas cosas en la vida, este centro, donde muchos, hoy abuelos o ya fallecidos, aprendieron a bailar, degenerando con el paso del tiempo en un vulgar tugurio de vicio y promiscuidad que continuó funcionando a pesar de que sus mejores días –o más bien noches--, ya habían concluido, pues se dice que en ese local llegaron a actuar reconocidas personalidades como la mismísima María Antonieta Pons, entre otros artistas de la época.
Esta estructura hacía la función de campanario antes de que se robaran la campana



Fue hasta la administración municipal de Don Antonio Sáizar Quintero que se rescató aquel atractivo espacio y se convirtió en algo diametralmente opuesto al congal del Sr. Meza, pues pasó a ser un jardín infantil y paseo para las familias. Los cartones de cheve se trocaron por bugambilias, los danzantes en piñatas y las mentadas de madre en alegres carcajadas de niños. Se colocaron “sube y bajas”, resbaladeros y columpios que con el tiempo se convirtieron en tristes esqueletos de metal que rememoraban tiempos más felices y hoy de plano ya desaparecieron.

Arco de entrada que construyó Don Antonio Sáizar Quintero durante su gestión

Posteriormente aquel espacio fue abandonado por los siguientes alcaldes y años más tarde el siempre bien recordado Señor Cura José de Jesús Valencia se hizo cargo de él, cambiando una vez más su función, que a la fecha mantiene: una modesta capilla donde los miércoles se ofrecen servicios religiosos a los vecinos de la zona.



En la actualidad, “La Glorieta”, a pesar del deterioro, franco abandono y la suciedad en que lo mantienen los vecinos, conserva su atractivo y belleza; desde su cumbre se observan privilegiadas vistas de la ciudad por un lado; por el otro el río y el pequeño valle situado entre la población de Acaponeta, así como la imponente Sierra Madre Occidental.

Vista de Acaponeta desde el Cerro de la Glorieta, al fondo la presidencia municipal y el Templo de Nuestra Señora de la Asunción
Otra vista de la ciudad, al fondo la casa Ahumada y el mercado municipal "Gral. Ramón Corona"


En la visita que hicimos contamos dos construcciones de dos aguas con teja. Una, la más amplia, da vida a la capilla, sencilla con la Virgen Dolorosa del lado derecho contemplando a un Cristo y del lado izquierdo San Juan Evangelista, habiendo alrededor algunas bancas muy humildes. La otra construcción más pequeña era anteriormente un improvisado campanario, nicho de una solitaria campana de badajo hechizo, toda ella de bronce que en su cuerpo lleva la leyenda: “Año 1780” y que recientemente fue robada por vagos de la localidad, con tan buena suerte que a los pocos días fue hallada y hoy se mantiene en resguardo en la casa de un vecino. Una de las encargadas de la llave del cancel es Doña Lucía, quien me cuenta como el lugar ha sufrido robos por algunos viciosos que además de la campana se llevaron todo el cablerío del sistema eléctrico del lugar.

El malecón visto desde el cerro

Para alcanzar el sitio, se puede tomar la calle Corona y llegar pasando la vía del FFCC y a continuación de esta la calle O´Connor. Ya en las faldas del cerro se sube por esa calle que nos lleva al pie de las amplias, atractivas y estupendas escalinatas de piedra, que le dan un toque muy especial, colonial tipo Guanajuato, a la calle, aunque hay que decir que se encuentran muy sucias, llenas de basura y restos de grava, arena y otros materiales que se han ido acumulando con el paso del tiempo; sin duda se nota la apatía y descuido de los vecinos que pudieran tener uno de los espacios más atractivos de la ciudad. En el último descanso, este sí desgranado, sobre el empedrado se levanta un arco de ladrillo con un cancel que en su parte superior aparece una leyenda que reza: “DIF AMÉRICA M D FLORES CURIEL” (América Manríquez de Flores Curiel), y que en la parte baja del mismo algún vago, de esos que nunca faltan, pintarrajeó con un plumón su “grito de guerra”: “Aquí puro cerro”.

El arco y cancel de entrada con las leyendas "Centro Recreativo Familiar" y "América M D Flores Curiel" en herrería

Espacio privilegiado con historia y sabor, luce semiabandonado e inmediatamente pensamos en un lugar desaprovechado; tal vez su lejanía –que no es mucha en realidad—ha apartado este mirador del ciudadano común. Pocos vienen y además se mantiene cerrado para evitar que los vándalos y viciosos tumben o dañen la malla ciclónica, que en algunos tramos se ha visto colapsada, aunque ahora se conserva en buen estado, pues dicen los vecinos, no falta quien vaya a darse un “pasón” de mota o cosas peores, eso sí, bajo un exquisito cielo estrellado maravilloso y una vista nocturna de la ciudad y que en ratos también se pueden apreciar las luminarias de ciertas comunidades serranas.

El Valle, el río y parte de la Sierra Madre Occidental

El Cerro de la Glorieta, compañero inmóvil del formidable puente naranja del ferrocarril, es sin duda uno de los símbolos olvidados de nuestro municipio, que por derecho propio se ha ganado un lugar preponderante en la historia; y cómo no, si fue el origen del poblado actual, centro nocturno, escandaloso burdel a donde llegaban los gambusinos de la sierra a cambiar oro por bebidas y mujeres, perdiendo en muchos casos la vida, pues algunos refieren que ya robados, estos pobres hombres, principalmente indígenas eran arrojados al vacío por el lado oriente del promontorio; refugio natural de la furia de su hermano el río,  mirador familiar y hoy humilde templo que contempla a sus pies un Acaponeta, que desde esa altura, se mira diferente.

El puente del ferrocarril, fiel amante del Cerro de la Glorieta
Valdría la pena darle su valor y restañar sus heridas.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Es muy interesante.conocer estas historias de mi querido Acaponeta.